Mateo, 15 Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de
Jerusalén, diciendo:
2 ¿Por
qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan
las manos cuando comen pan.
3 Respondiendo
él, les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por
vuestra tradición?
4 Porque
Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al
padre o a la madre, muera irremisiblemente.
5 Pero
vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a
Dios todo aquello con que pudiera ayudarte,
6 ya no
ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de
Dios por vuestra tradición.
7 Hipócritas,
bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo:
8 Este pueblo de labios me honra;
Mas su corazón está lejos de mí.
Mas su corazón está lejos de mí.
9 Pues en vano me honran,
Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres. m
Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres. m
10 Y
llamando a sí a la multitud, les dijo: Oíd, y entended:
11 No lo
que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto
contamina al hombre.
12 Entonces
acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron
cuando oyeron esta palabra?
13 Pero
respondiendo él, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será
desarraigada.
14 Dejadlos;
son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el
hoyo.
15 Respondiendo
Pedro, le dijo: Explícanos esta parábola.
16 Jesús
dijo: ¿También vosotros sois aún sin entendimiento?
17 ¿No
entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la
letrina?
18 Pero lo
que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre.
19 Porque
del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las
fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.
20 Estas
cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar
no contamina al hombre.
Brueghel se despidió de
la pintura, al parecer, con esta maravillosa obra en la que seis ciegos
ingresan en su destino ineluctable: caer al pozo (¿el infierno?). He leído una
interpretación en la que la iglesia nórdica y su aguja que se eleva al cielo
constituye el fiel de balanza; traspasado el umbral, llegado el desequilibrio,
la caída es inevitable. Un ciego ya ha caído en el Leteo; otro, el que le sigue,
conoce ya su destino. Diferentes grados de angustia, de intuición del desastre,
se van reflejando en los rostros de los ciegos. El último -¿que será el
primero?- todavía mantiene la mirada serena, confiada; ¿se salvará? ¿Es
necesario ver, en esta obra de Brueghel una parábola de la condición humana? ¿Solamente
se perderán quienes no abracen la iglesia reformada?
El contexto del pasaje de
Mateo es muy conocido; salen los fariseos, habituales interrogadores suspicaces
ante la conducta de Jesús y sus discípulos. Estos no lavan sus manos, y “quebrantan la tradición de los ancianos”.
Estamos en el mismo contexto que la lapidación de la mujer adúltera en el evangelio
de Juan. Aquí, en el de Mateo, tenemos algunas de las frases lapidarias que han
hecho fortuna: no lo que viene de fuera
sino lo que sale de dentro contamina al hombre. Por lo demás, la admonición
contra “seguir a un hombre a ciegas” sigue siendo tan válida hoy como en
aquella Palestina. Demasiados siguen a ciegas los dictados de otros; la
política está llena de ejemplos. Si se interpreta como que debes actuar con
plena autonomía, reflexión y distancia (y entonces seguro que no sigues ni
idolatras a nadie), ¿quién le podría negar la sabiduría que encierra?