Henri de Lubac:
debatir con la increencia
Hay
que agradecer a pensadores cristianos como Lubac, Pannenberg, von Baltasar,
González de Cardedal (entre otros españoles), etc., que sus juicios sobre los acérrimos
<enemigos> de la religión sean ponderados y reconozcan en ellos nobleza
de planteamientos y un fondo de humanismo,
de preocupación verdadera por el destino del hombre y su mejora. Siempre hemos
defendido que el catolicismo inteligente tiene que mirar de frente a los
pensadores honestos que lo atacan, comprenderlos, atreverse a valorar aquello
en lo que aquellos descubren errores, insuficiencias o traiciones en el seno de la religión propia. Ciertamente el
cristianismo durante el siglo XX ha fluctuado entre recogerse sobre sí mismo y
envolverse en la tupida capa de la tradición, condenando lo exterior (como hoy
parece evidenciarse) o mirar de frente el discurso anticristiano y pelearse con él, como en los años 60. Porque,
después de todo, la pregunta no es por
qué hay cabezas tan profundas y formadas que son anticristianas, sino ¿por qué
hay tantos millones de seres humanos a los que Dios, o la Religión no producen
ni frío ni calor, apenas les dedican segundos en sus vidas a pensar tales
cuestiones y viven y mueren como si estas cuestiones fueran mínimas o fueran
nada? La Iglesia puede mirar hacia fuera y buscar culpables: el relativismo,
los devastadores jabalíes…, pero de ello sacará poco fruto. Puede condenar la incredulidad o perversión moral del hombre concreto, pero
así ayudará poco al hombre concreto; pasará de largo, dejando tirado al hombre
golpeado por bandidos. Será muy pura, pero ayudará poco. Tal vez sería más
prudente por su parte e interrogarse a sí misma: ¿por qué hay millones de
hombres y mujeres que –educados muchos de ellos en los valores cristianos en su
infancia- manifiestan no tanto hostilidad (en la hostilidad aún hay
reconocimiento del enemigo, de la potencia del enemigo), sino algo peor: completa
indiferencia; completa indiferencia hacia Dios, hacia su hijo, hacia los
fundamentos antropológicos humanos, hacia la gracia o hacia el amor.. ¿Qué hemos hecho mal como creyentes, qué poca
firmeza, fuerza o alegría transmiten nuestras creencias para que nuestro
ejemplo valga tan poco? Como Zaratustra cuando decía lo poco salvados que parecen los salvados.
Hemos
de reflexionar sobre los fundamentos de nuestra fe misma: se basa en la
convicción, en la reflexión pausada sobre nuestros textos evangélicos; hemos
incorporado la vocación de servicio a los demás como paradigma de nuestra
actuación social o vivimos un cristianismo deshuesado, blando, puramente
costumbrista. Reflexionemos sobre estas dos citas de Henri de Lubac, escritas
nada menos que en 1942 (¡eso sí que eran tiempos duros!) y que siguen
interpelando a los cristianos hoy con tanta fuerza como hace 70 años, cuando
las redactó este extraordinario jesuita francés:
<<Tal como lo practicamos nosotros, tal
como lo pensamos ahora, es una religión débil, ineficaz; religión de ceremonias
y de devociones, de ornamento y de consolación vulgar, sin profundidad seria,
que no hace mella en la realidad de la actividad humana, y a veces hasta falta
de sinceridad. Religión al margen de la vida, que incluso nos arroja fuera de
ella. He aquí a lo que ha venido a parar en nuestras manos el Evangelio>>
<<Muchos de entre nosotros ¿acaso no
hacen profesión de catolicismo por las mismas razones de confort íntimo y de
conformismo social que les harían rechazar, hace veinte siglos, la inquietante
novedad de la Buena Nueva?>>
Septiembre,
2010
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