EMIL NOLDE, Crucifixión, 1912
Emil
Nolde (1867-1956) perteneció al movimiento estético del “expresionismo” alemán,
que tuvo vigencia en la segunda y tercera década del siglo XX, coincidiendo con
la coyuntura de la I Guerra Mundial y la llamada <Europa de Entreguerras>.
Si los postimpresionistas, especialmente Van Gogh y Gauguin habían convertido
el color en un elemento para plasmar no la ‘realidad’
sino la realidad ‘interior’ del
artista, como proyección de sus sentimientos y estados de ánimo, los
expresionistas, continuando con esa fórmula de colores ‘arbitrarios’ y deformando conscientemente la naturaleza para
hacerle decir todo lo que ellos pretendían, llevaron aquella nueva radicalidad
a su máxima expresión.
Aunque no todos lo reflejan de la misma
manera (pensemos en Fran Marc y sus <<caballos azules>>),
ciertamente el tono vital y la filosofía de fondo de estos creadores fue
fatalista y pesimista, de la misma forma que sus hermanos expresionistas en
esos años de la cinematografía alemana (Wiene, Lang, Murnau). Hay que
comprender porqué –aunque no tengamos espacio para profundizar en las razones-,
aquéllos artistas fueron tan ‘trágicos’. Alemania provocó y padeció la
insoportable tensión prebélica, luego la terrible guerra del 14-18 y los años
que la sucedieron, los años de la República de Weimar, fueron de enorme
inestabilidad política y de grandes desastres económicos; aunque, eso sí,
también una cierta edad de oro de la cultura alemana (los años de la Bauhaus,
de la Escuela de Francfort..). Años creativos, pero dramáticos y angustiosos
que el arte reflejó en toda su cruel dimensión. Hay que tener en cuenta, además,
que el sueño burgués ‘optimista’ y la ideología de tradición ilustrada habían
cedido paso, con el cambio de siglo, a corrientes de pensamiento
individualistas, críticas con el mundo industrial, cuando no fuertemente
irracionalistas.
Nolde nos presenta aquí un tema
aparentemente ‘religioso’: nada tan clásico y tradicional como una crucifixión,
seguramente el tema más reiteradamente repetido de toda la pintura y escultura
occidentales. Pero, si os fijáis bien, nada en este cuadro nos hace pensar en
la ‘victoria’ del hijo de Dios. Y es que, curiosamente, ha sido (con los
precedentes de Gaugin y sus Cristos ‘amarillos’, y también Van Gogh, Daumier,
etc.) la época de la des-creencia, del ateísmo, la que mejor ha sabido atisbar
la idea de un dios sufriente, vencido, ‘rebajado’ a la condición de esclavo,
como decía Pablo en su epístola a los Colosenses. Cristo (también en Goya que
lo identifica con el español que abre sus brazos a la muerte en El 3 de mayo) ya no es el símbolo de una
fe y una victoria, sino sólo el paradigma del justo que sufre, del oprimido,
del inocente, de la debilidad…, el Cristo que expira diciendo ¡Padre!, ¿por qué me has abandonado? El
Cristo de Nolde es también, como decía nuestro poeta León Felipe, el niño judío que esperaba a que abrieran
los hornos crematorios... Nolde nos ha representado, con una sensibilidad plenamente
contemporánea, a todas las víctimas, a los ahogados silenciosos de cada día en
el Mare Nostrum, a todos los que nos
interrogan en silencio sobre nuestra comodidad satisfecha.
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