PÁGINAS

jueves, 26 de septiembre de 2019

BRUEGHEL Y LA PARÁBOLA DE LOS CIEGOS

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Mateo, 15  Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo:
¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan.
Respondiendo él, les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?
Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente.
Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte,
ya no ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición.
Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo:
Este pueblo de labios me honra;
Mas su corazón está lejos de mí.
Pues en vano me honran,
Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres. m
10 Y llamando a sí a la multitud, les dijo: Oíd, y entended:
11 No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.
12 Entonces acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra?
13 Pero respondiendo él, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada.
14 Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo.
15 Respondiendo Pedro, le dijo: Explícanos esta parábola.
16 Jesús dijo: ¿También vosotros sois aún sin entendimiento?
17 ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina?
18 Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre.
19 Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.
20 Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre.


Brueghel se despidió de la pintura, al parecer, con esta maravillosa obra en la que seis ciegos ingresan en su destino ineluctable: caer al pozo (¿el infierno?). He leído una interpretación en la que la iglesia nórdica y su aguja que se eleva al cielo constituye el fiel de balanza; traspasado el umbral, llegado el desequilibrio, la caída es inevitable. Un ciego ya ha caído en el Leteo; otro, el que le sigue, conoce ya su destino. Diferentes grados de angustia, de intuición del desastre, se van reflejando en los rostros de los ciegos. El último -¿que será el primero?- todavía mantiene la mirada serena, confiada; ¿se salvará? ¿Es necesario ver, en esta obra de Brueghel una parábola de la condición humana? ¿Solamente se perderán quienes no abracen la iglesia reformada?
El contexto del pasaje de Mateo es muy conocido; salen los fariseos, habituales interrogadores suspicaces ante la conducta de Jesús y sus discípulos. Estos no lavan sus manos, y “quebrantan la tradición de los ancianos”. Estamos en el mismo contexto que la lapidación de la mujer adúltera en el evangelio de Juan. Aquí, en el de Mateo, tenemos algunas de las frases lapidarias que han hecho fortuna: no lo que viene de fuera sino lo que sale de dentro contamina al hombre. Por lo demás, la admonición contra “seguir a un hombre a ciegas” sigue siendo tan válida hoy como en aquella Palestina. Demasiados siguen a ciegas los dictados de otros; la política está llena de ejemplos. Si se interpreta como que debes actuar con plena autonomía, reflexión y distancia (y entonces seguro que no sigues ni idolatras a nadie), ¿quién le podría negar la sabiduría que encierra?

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