Por enésima vez –esta vez a propósito de las
reflexiones de Arnold Hauser sobre el mundo del Románico- nos preguntamos si es
posible escapar del método del materialismo histórico para acercarnos a una
realidad social y cultural cualquiera. La aplastante lógica del historiador del
arte le hace concluir que los valores ‘espirituales’ de la sociedad del siglo
XI, por ejemplo, como la de siglos anteriores, y quizá aún por otro centenar de
años, los valores expresados en el rutilante arte del románico son
esencialmente estáticos, completos, antiindividualistas, cerrados y fuera de
cualquier discusión o posibilidad de evolución. Y ello se ajusta a las
características de una sociedad económicamente estancada, antiindividualista,
sin voluntad ni expectativa de <progreso> y en esencia a una sociedad
prácticamente sin comercio, sin estímulo para una mayor producción de
excedente, volcada al autoconsumo o al derroche (en la nobleza) y sin horizonte
de, digamos, ganancia. En sus propias palabras:
Al
estático espíritu económico y a la petrificada estructura social corresponde
también en la ciencia, el arte y la literatura de la época el dominio de un
espíritu conservador, estrecho, inmóvil y apegado a los valores reconocidos (Hauser: 1974, 238-239)
A
la economía precapitalista y prerracionalista le corresponde una concepción
espiritual preindividualista, que es tanto más fácil de explicar porque el
individualismo lleva consigo el principio de la competencia (ídem, 239)
Se
puede intentar negar la prelación o determinación de los valores
socioeconómicos sobre los espirituales, en una época de especial intensidad ‘espiritual’,
pero, por más que se intente es imposible explicarlo al revés; empezar por que la
determinación de los valores ‘cristianos’ y sus expresiones bíblicas y
teológicas determinan las condiciones en que se a de organizar la sociedad
feudal y las formas económicas. Muchas de las características que determinan la
época del nacimiento del mundo feudal o pre-feudal (que Hauser ve ya dibujarse
en el mundo antiguo final y en los reinos de la alta Edad Media: la disolución
de las estructuras estatales, el colonato, la falta de monetario, los intercambios
en especie, etc.) presentes, como decimos en el mundo tardorromano empujaban ya
allí hacia una forma de expresión espiritual cada vez más antinaturalista,
des-naturalizada y espiritualizada hacia lo eterno e inmutable, como demuestran
las propias esculturas de los emperadores postreros o los sarcófagos tardíos. En
ese caso, el cristianismo no habría con sus nuevos valores modificado una
tendencia que se exigía desde la ruina del aparato estatal y fiscal romano, el
fin de la mano de obra esclava y la ruralización galopante de aquel mundo.
Emperador
Flavio Honorio (393-423)
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