Tal como
están los tiempos y ante las enormes dudas que suscita, por un lado, la
creciente irracionalidad que nos circunda y, por otro, la incultura dominante,
tal vez tenga razón Luis A. Iglesias y no sea este tiempo de pedirle cuentas al
proyecto ilustrado (¿dónde ha fallado?, ¿por qué no ha logrado acabar con el ‘mal’?),
sino de reivindicar su recuperación con la misma energía y convicción con que
nuestro ensayista lo hace. En este sentido él insiste, más que en ningún otro
aspecto, en recuperar la buena fama de la ciencia y desarrollar, como programa
urgente y necesario, reivindicar a los héroes
del conocimiento liberador, que él nos recuerda (desde G. Bruno a
Campanella o Erasmo).No se puede dudar de que sin ellos y muchos otros, sin el
esfuerzo que sintetizan que venimos llamando ‘ilustrado’, el mundo permanecería
en parecidas tinieblas a las de la abadía italiana de El nombre de la rosa.
Sabido
es que, como en tantas cosas, Nietzsche tiene opiniones absolutamente
entusiastas de la ciencia, así como severas críticas a la ciencia de su tiempo,
y al tipo del “científico”,como forma refinada del famoso ideal ascético. En su etapa volteriana que
tanto reivindicamos se escuchan por doquier cosas como estas de Humano, demasiado humano:
La
marcha constante y penosa de la ciencia, celebrando, por fin, alguna vez su más
completo triunfo, en una historia de la génesis del pensamiento, llegará a su
fin de un modo definitivo, cuyo resultado podría conducir a esta proposición:
lo que llamamos actualmente el mundo, es el resultado de multitud de errores y
fantasías, que han nacido poco a poco en la evolución del conjunto de los seres
organizados, se han entrelazado en esa creencia y nos llegan ahora por herencia
como tesoro acumulado en todo el pasado, como un tesoro, sí, pues el valor de
nuestra humanidad se funda en eso. De este mundo de la representación, la
ciencia puede libertarse en realidad solamente en una medida mínima, aunque,
por otra parte, no sea ello muy de desear, por el hecho de que no puede
destruir radicalmente la fuerza de los antiguos hábitos de sentimiento, pero
puede iluminar muy progresivamente, y paso a paso, la historia de la génesis de
este mundo como representación, y elevarnos, a lo menos por algunos instantes,
por encima de toda serie de los hechos.
Promesas
de la ciencia.–La ciencia moderna tiene por fin tanto el menor dolor posible
como la más larga vida posible; por consiguiente, una especie de felicidad
eterna, a la verdad muy modesta en comparación de las promesas de las
religiones.
Es cierto que en esta
visión general de lo deseable sin entrar en detalles para mejorar el mundo,
quedan muchas interrogantes sin resolver: la ciencia, en sus dimensiones prácticas
de construcción ¿quién debe dirigirla y hacia qué fines, etc.? Mas no son
cuestiones a tocar por el momento. Tampoco el efecto de la “técnica” sobre la
sociedad humana que tanto preocupaba a Heidegger. No por el momento, ante la
urgencia de parar la ofensiva de la sinrazón; si, quizás, más tarde.