Sin duda una
lectura de este capítulo de Zaratustra, a simple vista al menos, parece
diáfana. El tema principal que lo recorre es el ataque de Nietzsche a los
predicadores de la igualdad, que son para él los predicadores de la venganza.
Inmediatamente pensaremos que parece dirigido a dos especies concretas: los
sacerdotes y los ‘socialistas’ en el sentido más amplio. Igualdad = venganza
contra las condiciones que han posibilitado “mi” inferioridad; venganza que es
un ataque desesperado al carácter íntimo de la vida que es crecimiento en la desigualdad
y en las oposiciones (Nietzsche utiliza la metáfora de las escaleras). ¿Quién,
en primera instancia, puede negar aquí un pensamiento reaccionario contra las
ideas modernas democratizadoras y contra la casta sacerdotal castigadora (para
ser “fariseos” –dice Zaratustra- sólo les falta poder). Ciertamente, hay una
lectura, vital también que, como siempre, “salva” a Nietzsche del mero
reaccionarismo: predicar contra la venganza, llamada a menudo “justicia”, hacer
desaparecer del mundo el espíritu de la venganza, aquel en el que mejor se ha
movido el hombre desde los tiempos pretéritos, el “inventad una justicia que
absuelve a todos menos a los que juzgan”, que dice Zaratustra en otro momento
de sus discursos, tomado así, es una maravillosa noticia. Efectivamente, es
maravilloso que Nietzsche desee desterrar de la existencia el deseo de
venganza, la justicia ‘cruel’… Nos encontramos ante el más progresista de los
escenarios (por favor, que no se tome “progresista” en su más limitado sentido,
el político). Una vez más estamos
ante la duplicidad de la filosofía de Nietzsche. La lectura inmediata y
correcta a su modo es que estamos ante un reaccionario, completamente ajeno a
las doctrinas avanzadas de su siglo. Mas, por otro lado es innegable que su
material es más que valioso para una lectura que, independientemente que él
estuviera o no de acuerdo, resulta profundamente útil para una crítica –en el
sentido de la practicada por Foucault o recogida por German Cano[1]- radical de la Modernidad.
Vamos a ver como una gran especialista en
Nietzsche, la doctora Remedios Ávila se acerca a este famoso tema de la
venganza desde la lectura nietzscheana de Heidegger.
Heidegger se fija en este pasaje de
<<De las tarántulas>>:
que
el hombre sea liberado de la venganza: esto
es para mí el puente a la más alta esperanza, y un arcoíris después de largas
inclemencias del tiempo
Lo que este pasaje significa, dice Ávila, “invita
a mirar a Nietzsche bajo otra luz”. De esto precisamente tratábamos hasta aquí.
Pero dejemos hablar a la doctora:
Ya contrasta con la imagen habitual
de él –unida a la violencia, a la guerra, a la <<bestia rubia>>[2] - este mensaje
liberador de la venganza que no hay que entenderlo como mero hermanamiento, ni,
naturalmente, como un querer-castigar, pero tampoco como pacifismo, neutralidad
calculada, debilidad huida resignada al
ara del sacrificio. Es, en primer lugar, un mensaje que destaca la calidad de
Nietzsche como liberador y como librepensador, en definitiva, como espíritu de
libertad[3]
<<Rescatar>>
a Nietzsche de su encarnadura reaccionaria para depurar sus ideas y proyectos
verdaderamente <<liberadores>>, como parece hacer aquí Remedios
Ávila es un empeño loable, al que nosotros mismos nos hemos sumado en nuestros
escritos. Con lo cual también seguimos la línea de las afirmaciones de Paul
Valadier y de Vanessa Lemm que pretenden <<rescatar>> a Niezsche de
su caracterización conservadora para destacar, en el sentido de interpretar uno
der los primeros pasajes de Zaratustra
quiénes pasan al otro lado, es decir,
quiénes son dignos de preparar el camino al superhombre, a partir de ideas como
la del <<hijo>> y del <<amigo>> (en sus correspondientes
capítulos de Zaratrustra, caso de Valadier),
o la propuesta, llena de plausibilidad, de Vanessa Lemm, de que el <<aristocratismo>>
no signifique sino respeto absoluto a todo y a todos, a cada manifestación de
la vida, que el aristocratismo, como el propio Nietzsche señalaba en ocasiones
sea cumplir la más difícil de las misiones, la obediencia.
[2] Sin embargo,
en este mismo capítulo dice Nietzsche:
<<Por mil puentes y
veredas deben los hombres darse prisa a ir hacia el futuro, y débese implantar
entre ellos cada vez más guerra y desigualdad: ¡así me hace hablar mi gran
amor!>>.
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