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domingo, 8 de marzo de 2020

Y la ciencia se separó de la vida...


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La filosofía se escindió de la ciencia cuando planteó la pregunta: 
¿cuál es aquel conocimiento del mundo que hace al hombre más feliz?


Nietzsche, Humano I, Libro I, <<El aguafiestas de la ciencia>>

En el contexto del mejor Nietzsche –que para nosotros siempre se ha situado en la época de Humano, demasiado humano, Aurora y el Gay saber- la cuestión de la felicidad es planteada en primer lugar por las <<escuelas socráticas>>. Suponemos que eso quiere decir que tal <<problema>> estaba fuera de lugar en todos los pensadores anteriores, los presocráticos, de la época trágica de los griegos con la que siempre se identificó. Aunque el sentido de esta afirmación es deducir que se retrasó, “se ligaron las venas”, dice concretamente Nietzsche, la investigación científica, parece plausible que plantear el tema de la <<felicidad>> está a un paso de ponerlo en relación con la cuestión de la <<moralidad>>, que es lo que siempre reprochó Nietzsche a Sócrates. Mas, si jugamos un poco con estos conceptos, ¿es posible afirmar que gran parte del esfuerzo de la ciencia se encaminó de una u otra forma a resolver el problema de la <<mortalidad>> humana? Si todo el denuedo de la ciencia por desentrañar los misterios de la naturaleza, es decir, de la <<vida>>, entrañaba, conscientemente o no, la búsqueda de la posibilidad de evitar la muerte algún día a los hombres, ¿el problema de la muerte-inmortalidad, es un problema científico, filosófico o moral?
   Si pensamos en Unamuno –al que tantas cosas, que este nunca reconoció, unían al pensador alemán- el problema de la inmortalidad humana difícilmente puede ser considerado un problema <<moral>>, pese a las reiteradas referencia en Del sentimiento trágico de la vida a los moralistas y especialmente a Kant. Nietzsche nunca pareció preocupado por el destino del alma individual, puesto que no se puede ver en él en esto sino a un pensador materialista, un hombre plenamente <<moderno>> que no puede creer en la vida eterna. Unamuno piensa que el afán de inmortalidad del alemán tomó la forma desviada, “remedo de doctrina” la llama él, del eterno retorno de lo idéntico. Una patraña absurda según el vasco, que sitúa el problema en términos estrictamente individuales. ¿Cristianos? Ese otro asunto... En cualquier caso, no podemos ver por mucho que lo intentemos un asunto moral en el tema del afán de inmortalidad. La moral solo parece tener sentido como regulador de la vida colectiva. Las decisiones u opciones morales del individuo, por ejemplo, el tomar o no, a los demás como <<fines>> en el sentido kantiano, solo tienen virtualidad en la vida social. Pero en el individuo, en soledad, que se plantea su propia inmortalidad, ¿cómo va a ser un problema moral?
    Las expectativas que se divulgan como <<científicas>> acerca de la visión optimista de que pronto viviremos todos más de 100 años, o el hecho de que haya ya, hoy, individuos que se preparan para una vida futura resurrecta que la tecnología hará posible, suenan o sonarían a Nietzsche y a Unamuno como ridículas. Este quería vivir siempre, ¿por qué se iba a conformar con vivir, por ejemplo, 115 años? Pero imaginar la inmortalidad y su <<querer vivir siempre o no morir nunca>> en lo que tanto insistía el rector no es un problema separable del cómo es esa eternidad: para Nietzsche ya lo sabemos, la repetición eterna (sin recuerdo) del instante, la eternidad de cada vivencia; en el caso del vasco no se le puede imaginar en una vida contemplativa, <<resuelta>> y en compañía de los Justos; puesto que la vida, la verdadera es agonía, ¿qué iba a hacer él en la placidez del cielo?

Marzo de 2020

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