La filosofía se escindió de la ciencia
cuando planteó la pregunta:
¿cuál es aquel conocimiento del mundo que hace al
hombre más feliz?
Nietzsche, Humano
I, Libro I, <<El aguafiestas de la ciencia>>
En el contexto del mejor Nietzsche –que para nosotros siempre se ha situado
en la época de Humano, demasiado humano, Aurora
y el Gay saber- la cuestión de la
felicidad es planteada en primer lugar por las <<escuelas socráticas>>.
Suponemos que eso quiere decir que tal <<problema>> estaba fuera de
lugar en todos los pensadores anteriores, los presocráticos, de la época trágica de los griegos con la que siempre
se identificó. Aunque el sentido de esta afirmación es deducir que se retrasó, “se ligaron las venas”, dice concretamente
Nietzsche, la investigación científica, parece plausible que plantear el tema
de la <<felicidad>> está a un paso de ponerlo en relación con la cuestión
de la <<moralidad>>, que es lo que siempre reprochó Nietzsche a Sócrates.
Mas, si jugamos un poco con estos conceptos, ¿es posible afirmar que gran parte
del esfuerzo de la ciencia se encaminó de una u otra forma a resolver el
problema de la <<mortalidad>> humana? Si todo el denuedo de la
ciencia por desentrañar los misterios de la naturaleza, es decir, de la
<<vida>>, entrañaba, conscientemente o no, la búsqueda de la
posibilidad de evitar la muerte algún día a los hombres, ¿el problema de la
muerte-inmortalidad, es un problema científico, filosófico o moral?
Si pensamos en Unamuno –al que
tantas cosas, que este nunca reconoció, unían al pensador alemán- el problema
de la inmortalidad humana difícilmente puede ser considerado un problema
<<moral>>, pese a las reiteradas referencia en Del sentimiento trágico de la vida a los moralistas y especialmente
a Kant. Nietzsche nunca pareció preocupado por el destino del alma individual,
puesto que no se puede ver en él en esto sino a un pensador materialista, un
hombre plenamente <<moderno>> que no puede creer en la vida eterna.
Unamuno piensa que el afán de inmortalidad del alemán tomó la forma desviada, “remedo de doctrina” la llama él, del eterno retorno de lo idéntico. Una
patraña absurda según el vasco, que sitúa el problema en términos estrictamente
individuales. ¿Cristianos? Ese otro asunto... En cualquier caso, no podemos ver
por mucho que lo intentemos un asunto moral en el tema del afán de
inmortalidad. La moral solo parece tener sentido como regulador de la vida
colectiva. Las decisiones u opciones morales del individuo, por ejemplo, el
tomar o no, a los demás como <<fines>> en el sentido kantiano, solo
tienen virtualidad en la vida social. Pero en el individuo, en soledad, que se
plantea su propia inmortalidad, ¿cómo va a ser un problema moral?
Las expectativas que se
divulgan como <<científicas>> acerca de la visión optimista de que
pronto viviremos todos más de 100 años, o el hecho de que haya ya, hoy, individuos
que se preparan para una vida futura resurrecta
que la tecnología hará posible, suenan o sonarían a Nietzsche y a Unamuno como
ridículas. Este quería vivir siempre, ¿por qué se iba a conformar con vivir,
por ejemplo, 115 años? Pero imaginar la inmortalidad y su <<querer vivir siempre
o no morir nunca>> en lo que tanto insistía el rector no es un problema
separable del cómo es esa eternidad:
para Nietzsche ya lo sabemos, la repetición eterna (sin recuerdo) del instante,
la eternidad de cada vivencia; en el caso del vasco no se le puede imaginar en
una vida contemplativa, <<resuelta>> y en compañía de los Justos;
puesto que la vida, la verdadera es agonía,
¿qué iba a hacer él en la placidez del cielo?
Marzo
de 2020
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