Se puede
hablar de España desde dos conocimientos distintos,
que engloban a todos los demás: las vivencias personales de un español que ha
vivido siempre en este suelo y ha conocido, fundamentalmente, compatriotas y
las lecturas que uno haya frecuentado, la de españoles anteriores o
contemporáneos que hayan pensado también en su patria.
En
cualquier caso es una reflexión ‘de riesgo’ puesto que se trata de un problema
a la vez concreto y abstracto, y el punto de vista, si se quiere la mentalidad o la ideología determinan sensiblemente el acercamiento a priori al
problema. A ello hay que añadir la determinación que supone el momento concreto de España desde el que
se reflexiona o escribe. Hay siempre, para quien piensa en España, ciertos puertos
inevitables en los que uno siempre ha de detenerse, aunque pretenda
originalidad de planteamiento. Esos puertos
son más bien personas o generaciones y
suelen repetirse casi siempre, especialmente Ortega, y con él José Antonio,
Unamuno, el pensamiento regeneracionista, ciertos políticos e intelectuales
como Azaña, historiadores como Américo Castro, Sánchez Albornoz, etc., sin
olvidar ensayos importantes más recientes como los de Álvarez Junco, entre
otros.
Uno de los
últimos en atreverse con el tema ha sido Santiago Alba. Alba es un filósofo de
filiación conocida, explicitada por él, una izquierda de formación
fundamentalmente marxista, pero suficientemente atenta a los errores de enfoque tradicionales en la
izquierda dogmática española. Su libro, con el escueto título de “España” es
una contribución importante, donde las reflexiones –que nunca pretenden ser de
un <historiador>- se mezclan con interés con las propias vivencias de
español que vive fuera, en Túnez, aunque esté enormemente atento a las
novedades peninsulares.
La tarea
además dejará, para él y otros, frutos exiguos, puesto que en la construcción
sentimental-emocional que uno se hace de España solo convencerá a quienes se
aproximan a su sensibilidad (aunque se haya abierto a otras) y será rechazada de
plano por visiones contrapuestas, las de la <derecha> en un sentido
amplio.
2
Desgraciadamente,
muy desgraciadamente, porque no se entrevé solución, todavía casi cualquier
interpretación –por muy integradora que se pretenda- será tildada de derechista
o de izquierdista. Hay un dualismo que parece insuperable, ejemplificado por el
mismo Alba, en la pugna en elevar al patronazgo de España a Santiago apóstol o
a Santa Teresa, símbolo esta última de otra España posible. Sin embargo, Alba
encuentra un “carácter español” idéntico en lo antitético, entre el católico histórico tradicional y el anti-católico histórico tradicional: la
misma furia excluyente, en el clericalismo y el anticlericalismo por ejemplo. Y
no le falta razón.
3
La derecha,
o cierta derecha al menos, tiene una idea muy clara, falsa pero clara, del ser de España. La de la derecha extrema
está muy próxima a la visión tradicional más montaraz e intolerante y sus mitos
son los mismos del franquismo. Por ahí no hay novedades. Más difícil es saber
la visión sincera de España de los partidos tradicionales, PSOE y PP. Por
supuesto, no serán inequívocas, contendrán pluralidad en sus cabezas pensantes,
pero nunca hemos oído una visión completa y coherente. ¿Se puede deducir de
hasta cuánto de incluyentes son al rescatar nombres de la Historia? Se me dirá
que la visión socialista de España es conocida, coincide con la tradición
primero liberal, luego socialista; y que si algo ha tenido el PSOE ha sido
intelectuales y catedráticos con una idea muy formada de España. Sin duda; pero
nunca hemos sabido la visión de España, la interpretación de su pasado por
parte de sus dirigentes principales. Nunca hemos sabido que lectura de la
Historia de España tiene Felipe González, o Almunia o Bono. Ha faltado esa
pedagogía necesaria. Al margen del no atrevimiento a tocar el tema de los
crímenes del franquismo, los gestos pro-republicanos han sido muy recientes (en
Zapatero, en Sánchez) y casi necesarios y defensivos contra la reacción
montaraz del otro lado en materia de memoria histórica.
Hablábamos
de Felipe González. Parte de los problemas y las decepciones habidas con él
pueden tener algo que ver con todo esto. No sabíamos que el verdadero propósito
de González a finales de los años 70 no era el socialismo sino la modernidad.
Lo comprobamos después. Una modernidad ejecutada conscientemente y sin piedad,
fructífera en muchos aspectos, pero con lagunas de déficit democrático, que el
mismo Alba no deja de señalar.
4
Hoy es un
momento mundial en el que se reflexiona sobre las “responsabilidades” de las
naciones europeas por su pasado colonial y racista, en el caso de los EE.UU.
Francia, o Macron, pide perdón por los excesos en Argelia, Alemania por Namibia,
Canadá por su violencia contra los nativos… Pronto todo el mundo deberá admitir
que los genocidios étnicos, culturales, etc., comenzaron antes de los campos nazis y se evidenciará la
violencia horrible con la que se llevó adelante el colonialismo imperialista.
España, no
porque lo pida el presidente de Méjico, deberá hacer una reflexión y un balance
sobre la Conquista; también sobre su
papel colonial en Marruecos. Forman parte de la historia, incluso de la
Historia que algunos glorifican sin matices. ¿Cómo debe la izquierda
posicionarse sobre todo ello en el marco de una reflexión sobre España?