PÁGINAS

jueves, 5 de agosto de 2021

DE ESPAÑA


 



"Las naciones necesitan mitos compartidos y España -salvo la guerra de Independencia y el gol de Iniesta- no los tiene" 
 
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Se puede hablar de España desde dos conocimientos distintos, que engloban a todos los demás: las vivencias personales de un español que ha vivido siempre en este suelo y ha conocido, fundamentalmente, compatriotas y las lecturas que uno haya frecuentado, la de españoles anteriores o contemporáneos que hayan pensado también en su patria.

En cualquier caso es una reflexión ‘de riesgo’ puesto que se trata de un problema a la vez concreto y abstracto, y el punto de vista, si se quiere la mentalidad o la ideología determinan sensiblemente el acercamiento a priori al problema. A ello hay que añadir la determinación que supone el momento concreto de España desde el que se reflexiona o escribe. Hay siempre, para quien piensa en España, ciertos puertos inevitables en los que uno siempre ha de detenerse, aunque pretenda originalidad de planteamiento. Esos puertos son más bien personas o generaciones y suelen repetirse casi siempre, especialmente Ortega, y con él José Antonio, Unamuno, el pensamiento regeneracionista, ciertos políticos e intelectuales como Azaña, historiadores como Américo Castro, Sánchez Albornoz, etc., sin olvidar ensayos importantes más recientes como los de Álvarez Junco, entre otros.

Uno de los últimos en atreverse con el tema ha sido Santiago Alba. Alba es un filósofo de filiación conocida, explicitada por él, una izquierda de formación fundamentalmente marxista, pero suficientemente atenta a los errores de enfoque tradicionales en la izquierda dogmática española. Su libro, con el escueto título de “España” es una contribución importante, donde las reflexiones –que nunca pretenden ser de un <historiador>- se mezclan con interés con las propias vivencias de español que vive fuera, en Túnez, aunque esté enormemente atento a las novedades peninsulares.

La tarea además dejará, para él y otros, frutos exiguos, puesto que en la construcción sentimental-emocional que uno se hace de España solo convencerá a quienes se aproximan a su sensibilidad (aunque se haya abierto a otras) y será rechazada de plano por visiones contrapuestas, las de la <derecha> en un sentido amplio.

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Desgraciadamente, muy desgraciadamente, porque no se entrevé solución, todavía casi cualquier interpretación –por muy integradora que se pretenda- será tildada de derechista o de izquierdista. Hay un dualismo que parece insuperable, ejemplificado por el mismo Alba, en la pugna en elevar al patronazgo de España a Santiago apóstol o a Santa Teresa, símbolo esta última de otra España posible. Sin embargo, Alba encuentra un “carácter español” idéntico en lo antitético, entre el católico histórico tradicional y el anti-católico histórico tradicional: la misma furia excluyente, en el clericalismo y el anticlericalismo por ejemplo. Y no le falta razón.

 

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La derecha, o cierta derecha al menos, tiene una idea muy clara, falsa pero clara, del ser de España. La de la derecha extrema está muy próxima a la visión tradicional más montaraz e intolerante y sus mitos son los mismos del franquismo. Por ahí no hay novedades. Más difícil es saber la visión sincera de España de los partidos tradicionales, PSOE y PP. Por supuesto, no serán inequívocas, contendrán pluralidad en sus cabezas pensantes, pero nunca hemos oído una visión completa y coherente. ¿Se puede deducir de hasta cuánto de incluyentes son al rescatar nombres de la Historia? Se me dirá que la visión socialista de España es conocida, coincide con la tradición primero liberal, luego socialista; y que si algo ha tenido el PSOE ha sido intelectuales y catedráticos con una idea muy formada de España. Sin duda; pero nunca hemos sabido la visión de España, la interpretación de su pasado por parte de sus dirigentes principales. Nunca hemos sabido que lectura de la Historia de España tiene Felipe González, o Almunia o Bono. Ha faltado esa pedagogía necesaria. Al margen del no atrevimiento a tocar el tema de los crímenes del franquismo, los gestos pro-republicanos han sido muy recientes (en Zapatero, en Sánchez) y casi necesarios y defensivos contra la reacción montaraz del otro lado en materia de memoria histórica.

Hablábamos de Felipe González. Parte de los problemas y las decepciones habidas con él pueden tener algo que ver con todo esto. No sabíamos que el verdadero propósito de González a finales de los años 70 no era el socialismo sino la modernidad. Lo comprobamos después. Una modernidad ejecutada conscientemente y sin piedad, fructífera en muchos aspectos, pero con lagunas de déficit democrático, que el mismo Alba no deja de señalar.

 

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Hoy es un momento mundial en el que se reflexiona sobre las “responsabilidades” de las naciones europeas por su pasado colonial y racista, en el caso de los EE.UU. Francia, o Macron, pide perdón por los excesos en Argelia, Alemania por Namibia, Canadá por su violencia contra los nativos… Pronto todo el mundo deberá admitir que los genocidios étnicos, culturales, etc., comenzaron antes de los campos nazis y se evidenciará la violencia horrible con la que se llevó adelante el colonialismo imperialista.

España, no porque lo pida el presidente de Méjico, deberá hacer una reflexión y un balance sobre la Conquista; también sobre su papel colonial en Marruecos. Forman parte de la historia, incluso de la Historia que algunos glorifican sin matices. ¿Cómo debe la izquierda posicionarse sobre todo ello en el marco de una reflexión sobre España?


 

 

 

 

 

 

 

3 comentarios:

  1. LA PREGUNTA QUE SE HACE ESTE FILÓSOFO ES ¿POR QUÉ EN ESPAÑA NO ES POSIBLE EL "PATRIOTISMO CONSTITUCIONAL" QUE RECLAMABA HABERMAS

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  2. No creo que sea imposible, pero a largo plazo. La Historia permite hacer algunas reflexiones sobre la dificultad de un Estado-nación español que ha fracasado desde el mismo siglo XIX. La guerra de la Independencia fue una oportunidad perdida, porque en la defensa del territorio frente al invasor extranjero estaban ya en germen las ideologías opuestas que de un modo u otro han prevalecido hasta la actualidad. Las guerras carlistas, un ejemplo trágico de esa pugna ideológica, acabaron por dividir las sensibilidades políticas de gran parte de la población. Paradójicamente, los derrotados salieron reforzados en algunas de sus pretensiones gracias a los privilegios forales concedidos por Cánovas y reforzados posteriormente por Franco. La España conservadora se convirtió con Primo de Rivera y el golpe de estado del 36 en la España reaccionaria que no dudó en aprobar y apoyar un régimen fascista que dejaba fuera del concepto España y españoles a quienes se habían opuesto y seguían oponiéndose a él. Lo "español" adquirió una connotación conservadora asociada al régimen de Franco.
    Muerto el dictador, sus herederos aprovecharon la ocasión de la célebre Transición para agazaparse revestidos de un plumaje neoliberal que, sin embargo, ha ido perdiendo sus plumas con el paso de los años.
    En España las costuras de una Transición fallida están estallando. No resulta creíble la invocación nacionalista o etnicista de los particularismos catalán o vascongado. Esa mirada al pasado es mera parafernalia para mentes estólidas que ignoran la realidad histórica. De modo que el republicanismo histórico de Cataluña es una invención relativamente reciente. Su punto de arranque, como el del resto del republicanismo español, es la 2ª República, truncada por el golpe de estado del 36. Ningún nacionalismo dentro del Estado puede reclamar un origen más antiguo.
    Aceptada esa premisa de un republicanismo legitimado por la historia truncada del siglo XX a causa de la Guerra Civil y el régimen fascista, la partida ideológica se plantea de nuevo en dos bandos. Es una tremenda simplificación, pero no es menos cierto que asistimos a ella cada día con mayor intensidad en los medios y en los círculos de la política diaria. La piedra de toque sobre la que debería fundarse el "patriotismo constitucional" al que se alude más arriba debería ser la superación real y mental de los resabios del régimen fascista de 1936-1976. Para eso hace falta desenterrar a los muertos que aún yacen en las cunetas y junto a las tapias de los camposantos; dar una versión no ideologizada de lo que sucedió en aquellos años, para aprendizaje de las generaciones actuales y venideras; y borrar cualquier objeto físico o mental que esgrima la más mínima justificación de aquellos años. También la Transición debe ser revisada en su lectura histórica, del mismo modo que la Constitución debe ser revisada para adaptarla al simple paso del tiempo.
    Pero para todo eso hace falta un consenso que es muy difícil lograr.
    Una definición de manual del "patriotismo constitucional" solo puede ser generosa con los menos favorecidos; se me hace, por lo tanto, más próxima a los postulados sociales de UP. Pero esa premisa es una de las que más asusta a las fuerzas reaccionarias. UP esgrimía la Constitución en las dos campañas electorales que llevaron al Gobierno a Pedro Sánchez. Esa idea del cumplimiento de la Constitución en la práctica diaria del gobierno es una idea altamente corrosiva para el PP y VOX, que solo pretenden boicotear a través de una oposición en la que no hay reglas y esclerotizar el sentido prístino de la expresión apropiándoselo del modo más burdo, como ha ido haciendo con otros símbolos: la Monarquía, la bandera, la idea de España, la misma Constitución, una parte del poder judicial...

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  3. Quizás las líneas del debate, aunque interesantes, están ya un poco alejadas de la realidad. El eterno debate sobre el ser de España no debería ocultar dos cuestiones relevantes:

    - El más que evidente fracaso de la propuesta sobre un "patriotismo constitucional" que hizo Habermas en su día. Como ha demostrado la política estos últimos años, las emociones y la necesidad de mitos o relatos es indudablemente una necesidad para los miembros de una comunidad política. Evidentemente, los métodos y engaños para elaborarlos son y deben ser discutidos pero creo que Habermas pecó de un exceso de bondadoso racionalismo que ni atrae, ni convence.
    - En cuanto al caso particular de España, debo decir que el debate actual está cada vez más asemejándose a las discusiones sobre el pasado que están recorriendo los países de nuestro entorno. Creo que la revisión que las nuevas generaciones están haciendo de nuestra historia tiene más que ver con otros asuntos, como la cuestión del colonialismo que sobre si España perdió o ganó más al unirse a Trento.

    En lo que sí coincido plenamente con Alba Rico es en el deplorable estado de la izquierda en cuanto a la elaboración discursiva de lo común. Los distintos movimientos de izquierdas, excepto los más ligados al nacionalismo, carecen de referentes, más allá de apelaciones antifascistas o a la II República. Apelaciones que carecen de significado hoy en día para muchas personas o resultan poco unificadoras. La derecha puede vivir tranquila con un relato solo para algunos, los que saben que son los suyos, pero la izquierda debe aspirar a ser una fuerza de mayorías y necesita hacer creer algo a muchos.

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