El arte, al contrario que otras disciplinas de la cultura
humana –la filosofía, las ciencias sociales-, no tiene necesariamente por
objeto de su acción la <<verdad>>. Es más, a menudo su intención es
perfectamente la contraria, provocar la ilusión o el engaño, exagerar la
belleza de la existencia o las penas terrenas e infernales; aunque siempre que
se trate de un arte con intención moralista tendrá el resplandecimiento de la
verdad, o de lo verdadero o verosímil entre sus fines. Por tanto, no siendo la
verdad necesariamente la intención
dominante en los artistas, y sin que los que la busquen hayan de ser dotados por
nosotros de un estatuto superior como artistas (pensemos en Rubens cuya
fantástica imaginación se aleja por completo de los cánones de la estricta verdad de lo que pinta, adentrándose en
mundos estéticos tan fabulosos que pueden
ser preferidos a la verdad desnuda), sí es cierto que hay creadores especialmente
dotados, sea o no un acto de voluntad deliberado, para mostrarnos la verdad de
los seres y de la vida. Verdad no en
un sentido normativo sino como un hacer
justicia a la realidad por encima de todo, pintar desde una sinceridad
radical. Tres artistas de este tipo son Rembrandt, Goya y Caravaggio. Si
tomamos el ejemplo de este en alguna de sus obras, y la comparamos con otras
más o menos coetáneas del mismo tema, quedará más claro lo que intentamos
decir. Probemos por ejemplo con el tema del sacrificio de Isaac, a través de la
obra de Caravaggio y la de otro pintor barroco, Jan Victors (1619-1676).
Caravaggio, Sacrificio de Isaacc (1603), Uffizi
Jean Victors, Sacrificio de Isaacc (1649),
Museo del Arte, Tel Aviv
Observemos
las obras desde el punto de vista iconográfico: cuentan lo mismo y son
absolutamente diferentes: La obra de Victors está curiosamente destensionada, aunque el momento no
pueda ser más dramático. Evidentemente es anterior en el tiempo a la acción del
trabajo de Caravaggio; aquí el cuchillo permanece aún en su funda, ni el ángel
ni el cordero han aparecido todavía. ¿Hay verdadera resolución en la actitud de Abrahán? Desde luego hay pena y
tristeza y cariño ante la suerte del hijo; pero quizá esa actitud casa mal con lo que está a punto de suceder. Caravaggio
elige, como siempre, el momento climático del asunto. Aquí todo es diferente.
El joven, a diferencia del otro, sufre no la ternura, sino la violencia del
padre y grita porque él no comprende lo
que allí se está dirimiendo que es, desde luego, absurdo… Si nos fijamos en la mano que empuña el cuchillo y en la
que sujeta la cabeza de Isaac, la resolución y la fuerza, la convicción en la tarea
es máxima. Solo una fe fanática, como la que Dios exige a Abrahán, puede actuar
con tanta determinación; ni siquiera hay ocasión para el ternurismo entre el
padre y el hijo, como en la versión posterior. El Abrahán del italiano no refleja pena ni dolor, solo concentración
absoluta; ni siquiera sorpresa, o alivio, ante la irrupción del ángel. Está
dispuesto a cumplir la voluntad divina pese a quien pese y pase lo que pase. La
orden de parar el sacrificio –para él-es tan imperativa como había sido la
prueba anterior exigida por Dios.
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