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e una
manera tangencial, sin profundizar en el contenido, leí el otro día como de
pasada –creo que en alguna tribuna de El
País- una afirmación con la que se puede estar de acuerdo: la misión del
arte no es servir de propaganda (política). El arte, puesto al servicio de una
causa o afirmación ideológica se empobrece profundamente en sus
significaciones, se uniformiza, por decirlo así, en una sola dirección y
renuncia a la plurisignificatividad y riqueza que debe acompañarlo. No queremos
decir que las obras de arte deban ser ambiguas
en su significado, sino que su mayor riqueza se encuentra a menudo en alejarse
de todo “mensaje”. Ello no quiere decir que no encontremos ejemplos magníficos
de arte al servicio de las ideas; en realidad lo ha estado siempre (piénsese en
la propaganda de Augusto a través de sus representaciones escultóricas, o en el
Ara Pacis). Pensemos en la fuerza de
un Gernika o en un mural de Diego
Rivera; son obras mayores, al margen de una clara intención política.
Precisamente el artículo, creo recordar, ponía a Picasso como ejemplo de ese arte por el arte, arte como juego, como
erotismo, como belleza o como deseo, arte como ganas de vivir, de vivir más, arte como promesa de felicidad. Y
verdaderamente Picasso es todo eso casi siempre y en sus distintas épocas; aun
que coyunturalmente haya puesto el arte al servicio de la <<política>>,
como en Sueño y mentira de Franco [1].
[1]
Seguramente,
es el arte contemporáneo el que mejor se liberó del <<servicio>> de
una causa, generalmente, la causa de la Iglesia, o la causa de la monarquía y
pudo volar con mayor libertad hacia su sagrado deber de embellecer y estimular
la vida. Tal vez nada en la historia del arte señala mejor este paso que los
paisajes de Monet [2] o las obras de Matisse. [3] Es como si el arte por fin
respirara y dejara atrás sus servidumbres. Otra cosa es que el siglo XX haya
obligado a los artistas a meterse en faena militante y poner su arte al servicio
de una causa, fuera la revolución soviética[4] o el cartel republicano o
fascista[5].
Y en
ese sentido ha cumplido una misión: la de estar en el mundo sin olvidar lo que
pasa en él; pero tal actividad militante hemos de tacharla de “excepcional” y,
cuanto antes, el arte debe salir de las trincheras y dedicar sus energías a otros
fines. Entiendo que habrá quien considere que el arte al servicio de la alegría,
del erotismo o reducido a su propia decoratividad sea interpretado como “burgués”,
y tachado de individualista y frívolo por no superar la cuestión del
<<autor>> o no ponerse al servicio de la causa colectiva. Aunque tal
vez ambas cosas no sean excluyentes; a menudo se hablaba de la poesía, necesaria como el pan de cada día y el
arte podría jugar un papel liberador, pero no necesariamente en forma de
panfleto político (¿no es mejor para eso el discurso o el folleto?) sino como
manera de alumbrar la perspectiva de una sociedad más libre y gozosa, sin
impedir esclarecer las causas que lo hacen difícil o imposible.
[4]
[5]
¿Durante
siglos, qué libertad tuvieron los artistas? Como comentábamos pasaron siglos o
milenios “al servicio” de y aunque pugnaban, al menos ya los artistas del Renacimiento por su estatus
espiritual y su libertad como creadores, esta se hizo extremadamente difícil al
menos hasta el Romanticismo: ¿cuántas “limitaciones” no hubo de sufrir Goya en
su carrera, pese a que tengamos a mano sus manifestaciones más “libres”? ¿Cuánto
miedo ante la inminente publicación de los Caprichos?,
¿Cuánta adulación insincera a poderosos y aristócratas? Hemos de considerar una
liberación a celebrar la libertad que el arte y los artistas van ganado con el
siglo XIX, y también que se separe de todo intención moral, como aún quería
Kant a decir de Nietzsche. Advertimos esa primera libertad, ese acercamiento a
lo sublime, en aquellos pintores que parecen no hacer caso más que a su propia
alma y expresan en el paisaje turbio de Turner
[6] o en el silencio trascendente y espiritual de Friedrich [7] una mirada ya liberada.
[6]
[7]
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