Constituye
un problema no menor intentar comprender la razón por la que tantos
intelectuales, tenidos y considerados antes como progresistas, sean hoy implacables enemigos y acusadores constantes
de las dos fuerzas principales de la izquierda española, y se comporten
como rabiosos dobermans contra
cualquier forma de nacionalismo periférico, sin distinción. También constituye
un misterio saber por qué se manifiestan sin pudor con dirigentes populares de discurso concomitante con
la extrema derecha (ver foto), políticos que juegan sin rubor con el rédito del
terrorismo o con las vidas arrebatadas por el Covid-19. También nos gustaría
comprender qué vieron muchos de ellos en Ciudadanos y en su
líder –algunos incluso después de su deriva política, incomprensible incluso
para antiguos compañeros de viaje- para seguir apoyándolo o no dirigirle la más
mínima crítica (con excepciones, ya se sabe: Francesc de Carreras).
Algunos
filósofos, politólogos, escritores o periodistas simplemente se han convertido
en furiosos enemigos de todo lo que les suena a progre. En esto, como en tantas ocasiones, vamos a rebufo de
Francia, que ya tiene una amplia tradición de intelectuales, muchos de ellos
maoístas furiosos en el 68, que ahora
son en gran medida reaccionarios o, cuando menos, intelectuales-espectáculo. Me
refiero a los casos, más que conocidos de Bernard Henri-Levy o André Glucksmann,
entre tantos.
Aquí, entre nosotros, un caso notable es el
de Fernando Savater. En cada columna, cada sábado en El País, por ejemplo, se trata de fustigar a Sánchez, a Podemos,
a los nacionalistas catalanes y vascos. Todo lo que hacen o deciden es un
error, cuando no una traición al
constitucionalismo o, como mínimo, condescendientemente, una ingenuidad. Y si hablamos de Savater,
aún relativamente contenido, qué decir de un Félix de Azúa y cuantos se
envuelven en un esteticismo olímpico y empiezan a disparar
contra quienes vulgar y plebeyamente se baten en la arena de la
política. De los pocos que se mantienen en el análisis ecuánime, aunque para
nada condescendiente ni con la izquierda ni la derecha, y a quien respeto por su
trayectoria independiente es Antonio Muñoz Molina. De otros antiguos enfants
terribles de la izquierda mejor no hablar, ya los hemos visto gozar
entre las gentes de Vox.
¿Por
qué sucede todo esto? No lo sé, pero, en cualquier caso, es un síntoma general de
nuestra época –como analiza Enzo Traverso en Qué fue de los intelectuales- la muerte del intelectual clásico, azote moral y crítico de cualquier
poder, en la línea Sartre o Camus, Marcuse o Adorno; raza hoy apenas
representada por algunos intelectuales mayores como Noam Chomsky o Alain
Touraine. El intelectual en sentido
clásico, ha sido sustituido –siguiendo la interpretación de Traverso- por el
“experto”, el tertuliano “mediático” o el politólogo que analiza gráficos y
tendencias, pero jamás cuestiona legitimidades ni decisiones del poder.
Si miramos la historia de España nada de
infrecuentes han sido los cambios de tercio radicales de escritores e intelectuales.
¿Recuerdan a Baroja, a Ortega, a Unamuno?.. ¿Y los jóvenes falangistas que,
afortunadamente, se volvieron demócratas y aún socialdemócratas como Dioniso
Ridruejo?
Tal vez, simplemente, como decía algún
personaje de Bertolucci en El último
emperador, es que no hay nada nuevo bajo el cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario