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lunes, 30 de diciembre de 2019


 Demasiado tarde para la Fe, demasiado pronto para la Ciencia


T
oda la atmósfera intelectual que rodea a Nietzsche en la época de Aurora –aunque se haya dicho lo contrario- permanece fiel al espíritu que se llamó ilustrado. Y si lo decimos con palabras de Fernando Savater (al referirse al # 534 de ese libro), encontramos en Nietzsche nada menos que un partidario de la moderación:
Las pequeñas dosis. Para que una transformación se extienda todo lo posible y llegue hasta lo más profundo, hay que administrar el remedio en pequeñas dosis, pero ininterrumpidamente, a lo largo de un amplio período de tiempo. ¿Qué cosa que sea realmente grande puede crearse de un golpe? Nos guardaremos mucho de cambiar, precipitada y violentamente, las condiciones morales a las que estamos acostumbrados, ante una nueva valoración de las cosas; por el contrario, deseamos seguir viviendo así mucho tiempo, hasta que advirtamos —quizá muy tarde— que la nueva valoración ha acabado siendo dominante en nosotros, y que las pequeñas dosis, a las que nos tenemos que acostumbrar a partir de ese momento, han producido en nosotros una segunda naturaleza. De esta forma, empezamos a darnos cuenta de que el instinto definitivo de llevar a cabo un gran cambio en las valoraciones relativas a las cuestiones políticas —esto es, la gran revolución— no fue más que una patética y sangrienta charlatanería, que, en virtud de crisis repentinas, supo inculcar en la crédula Europa la esperanza de una curación súbita, lo cual ha hecho que todos los enfermos políticos se vuelvan impacientes y peligrosos.
   
En ésta etapa –al menos-, Nietzsche es consciente de que se vive en una época intermedia, por decirlo con palabras también extraídas de Aurora: demasiado tarde para la fe, demasiado pronto para la ciencia. Es consciente de que la época de los dogmas, de las creencias, está terminando para la humanidad; el debilitamiento de tales <<fuertes>> creencias morales (# 501), como lo es la creencia en la salvación del alma, abre las puertas a una  liberación de la humanidad de la dictadura de las urgencias escatológicas, y por tanto abre la posibilidad a la Razón. También sabe que la afirmación de la razón, de la ciencia (que sin duda se ha iniciado ya y es irreversible: la pasión por el conocimiento es ya una segunda naturaleza, dice Nietzsche en # 429, y los hombres no  aceptarían nunca un retorno a la barbarie, incluso a costa de una mayor infelicidad) va  a tardar en regir de una manera soberana la vida de las comunidades humanas. Dios ha muerto, dirá después en La gaya ciencia («Nuevas luchas»), pero la sombra que proyecta ese sol que ya se ha puesto puede durar todavía décadas o siglos.
Es absolutamente absurdo meter en una misma propuesta de análisis las consideraciones que Nietzsche pueda tener de los dogmas cristianos y de las creencias y el ethos que hay en el fondo del cristianismo, en tanto que propuesta de vida moral, que en más de un apunte parece compartir. Lo dice Savater, cuando reproduciendo el # 1 de Humano, demasiado humano escribe:
Esta observación, este mirar sin miramientos, es la gran aportación de la ciencia moderna cuyo uso subversivo establecieron los enciclopedistas. Es posible señalar un vínculo de continuidad entre esta actitud y la moral cristiana tradicional; la exigencia de veracidad, que con el tiempo se fue haciendo cada vez más insobornable hasta terminar volviéndose contra la propia religiosidad que la tenía como uno de sus principales mandamientos. Por respeto al octavo mandamiento, el hombre ha terminado por no creer en ninguno… De todas formas también el Evangelio daba su parte al amor propio y lo ponía como punto de referencia para el amor a los demás[1]

Es perfectamente defendible, como decíamos al principio, establecer que Nietzsche se mueve en principios propiamente humanistas e ilustrados en estos instantes de su producción intelectual, aunque vaya ya más allá del optimismo antropológico que pudo manifestar la Ilustración en la constante perfectibilidad de la especie humana por las luces y de la que Nietzsche, aunque quiere contribuir conscientemente a ella, es escéptico.
   Por eso, es bastante habitual encontrar en estos escritos numerosas actitudes beligerantes con el cristianismo como religión de dogmas esclavizadores; ello a la vez que pasajes enormemente próximos a un ideal moral cristiano, expuesto en una desnudez en la que sólo importa la voluntad de veracidad.




[1] En  Victoria Camps  (ed), Historia de la ética, 2 La Ética moderna, Crítica, pág. 585

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