Pensando
en la afortunada metáfora de Eugène
Biser, en su Nietzsche y la destrucción
de la conciencia cristiana, y tomando uno de los ejemplos del teólogo, nos
atrevimos a poner en relación –en la búsqueda de puntos de encuentro- la imagen
más afortunada que desarrollan tanto Nietzsche como Jesús para ejemplificar la
superación del drama de la existencia, para vislumbrar la metáfora de
superación del hombre en Nietzsche, para vislumbrar la superación del pecado o la
limitación humana en Jesús: el <<niño>>. Recordemos que el contexto
en el que Nietzsche habla del niño como vislumbre de una tierra –la tierra del
superhombre- que por fin ha alcanzado la redención y la inocencia aparece en
varios pasajes de Así habló Zaratustra,
especialmente en el capítulo De las tres
Transformaciones: el camello (<yo debo>), el león (<yo quiero>)
y el niño (<yo soy>). El contexto es el siguiente:
En otro tiempo el espíritu amó el «Debes» como lo más sagrado, pero ahora
se encuentra forzado a encontrar la ilusión y el capricho incluso en lo más
sagrado, y así poder capturar el amor de su libertad. Y para esta captura es
necesario el león.
Pero decidme, hermanos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el
león ha podido hacer? ¿Por qué el voraz león tiene que convertirse aún en niño?
El niño es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que
gira por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, hermanos míos, para el juego de la creación se precisa un santo decir
sí: el espíritu quiere ahora su propia voluntad, el retirado del mundo
conquista ahora su mundo.
Hay tres transformaciones del espíritu de las que os he hablado: cómo el
espíritu se convierte en camello, después el camello en león y el león,
finalmente, en niño.
Si Nietzsche se hubiera detenido en la poderosa
imagen del león, en la imagen del guerrero que impone su voluntad a los otros
en la tierra, no hubiéramos podido liberarlo de todos los encuadramientos reaccionarios
en los que ha sido incluido…; pero llegó a la expresión última de <<el
niño>>, justamente la misma imagen que utiliza Cristo (Mateo 18:3) para
mostrar a los hombres en qué deben convertirse y cómo deben actuar entre ellos
y ante el Padre. En Jesús la expresión <niño> conviene a una existencia a
la que se ha devuelto su plenitud, que ya no queda encerrada en el horizonte de
la limitación temporal (Heidegger), ni en la que se produce la escisión entre
el pensar y ser; puesto que el ser ha recuperado su plena plenitud, podríamos
decir: <<yo soy>>. Así se pone fin al calvario del espíritu en
Nietzsche.
Jesús
quiere también la transformación radical de los hombres. Ni él ni Nietzsche se
libraron del horizonte escatológico como es claro. ¿Por qué el niño en Jesús? Porque
representa simboliza la actitud
correcta para ejemplificar el Reino o la recepción del reino. Jesús exige plena
confianza en el Padre, entrega sin cálculo a sus designios. Entrega sin cálculo
es el niño que da la mano al padre y a la madre; apertura sin restricciones al
otro. El sufrimiento del hombre viene precisamente por su imposibilidad de
apertura absoluta, como bien señalaba Paul Valadier. Jesús y Nietzsche exigen
esa apertura absoluta a lo totalmente otro, algo que el niño aún retiene, pero
que el hombre ha perdido de modo irremediable. La apertura absoluta del hombre
en nombre de Dios es lo único que puede acabar con el absurdo del sufrimiento y
del pecado humanos. Para recibir el Reino hay que hacerse como los niños. Para
ser digno de ‘pasar al otro lado’, al
lado del superhombre, debe completarse la transformación camello-león-niño.
En Nietzsche es ésta última la imagen más
potente y más afortunada para revelar lo que pretende con la “transvaloración
de todos los valores”: el niño que juega ajeno al tiempo, ignorante de la culpa
y convirtiendo el presente en eternidad.
Tanto Nietzsche como el cristianismo
encuentran en el hombre un ser imperfecto, incompleto; tanto uno como el otro
establecen un programa de mediaciones y de transformaciones; y tanto uno como
el otro diseñan para el futuro una solución superadora de todas las
limitaciones. Esta estructura corre paralela (lo cual no es ninguna novedad),
si como creemos tiene razón Karl Löwith al afirmar que todos los pensadores
europeos, por muy ateos que fueran o se manifestaran, sólo podían pensar bajo estructuras cristianas; y todas las
estructuras cristianas o su versión secularizada son escatológicas. Ningún
proyecto de la “rebelión” (Camus) decimonónica acepta como es el presente;
ningún proyecto renuncia a una <solución> que reabsorba y suprima las
contradicciones, ni Hegel, ni Feuerbach, ni Marx ni, desde luego, Nietzsche.
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