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viernes, 27 de diciembre de 2019

EL NIÑO COMO METÁFORA SUPREMA




 Resultado de imagen de eugen biser nietzsche y la destruccion

Pensando en la afortunada metáfora de  Eugène Biser, en su Nietzsche y la destrucción de la conciencia cristiana, y tomando uno de los ejemplos del teólogo, nos atrevimos a poner en relación –en la búsqueda de puntos de encuentro- la imagen más afortunada que desarrollan tanto Nietzsche como Jesús para ejemplificar la superación del drama de la existencia, para vislumbrar la metáfora de superación del hombre en Nietzsche, para vislumbrar la superación del pecado o la limitación humana en Jesús: el <<niño>>. Recordemos que el contexto en el que Nietzsche habla del niño como vislumbre de una tierra –la tierra del superhombre- que por fin ha alcanzado la redención y la inocencia aparece en varios pasajes de Así habló Zaratustra, especialmente en el capítulo De las tres Transformaciones: el camello (<yo debo>), el león (<yo quiero>) y el niño (<yo soy>). El contexto es el siguiente:
En otro tiempo el espíritu amó el «Debes» como lo más sagrado, pero ahora se encuentra forzado a encontrar la ilusión y el capricho incluso en lo más sagrado, y así poder capturar el amor de su libertad. Y para esta captura es necesario el león.
Pero decidme, hermanos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacer? ¿Por qué el voraz león tiene que convertirse aún en niño?
El niño es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, hermanos míos, para el juego de la creación se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su propia voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.
Hay tres transformaciones del espíritu de las que os he hablado: cómo el espíritu se convierte en camello, después el camello en león y el león, finalmente, en niño.

Si  Nietzsche se hubiera detenido en la poderosa imagen del león, en la imagen del guerrero que impone su voluntad a los otros en la tierra, no hubiéramos podido liberarlo de todos los encuadramientos reaccionarios en los que ha sido incluido…; pero llegó a la expresión última de <<el niño>>, justamente la misma imagen que utiliza Cristo (Mateo 18:3) para mostrar a los hombres en qué deben convertirse y cómo deben actuar entre ellos y ante el Padre. En Jesús la expresión <niño> conviene a una existencia a la que se ha devuelto su plenitud, que ya no queda encerrada en el horizonte de la limitación temporal (Heidegger), ni en la que se produce la escisión entre el pensar y ser; puesto que el ser ha recuperado su plena plenitud, podríamos decir: <<yo soy>>. Así se pone fin al calvario del espíritu en Nietzsche.
Jesús quiere también la transformación radical de los hombres. Ni él ni Nietzsche se libraron del horizonte escatológico como es claro. ¿Por qué el niño en Jesús? Porque representa simboliza la actitud correcta para ejemplificar el Reino o la recepción del reino. Jesús exige plena confianza en el Padre, entrega sin cálculo a sus designios. Entrega sin cálculo es el niño que da la mano al padre y a la madre; apertura sin restricciones al otro. El sufrimiento del hombre viene precisamente por su imposibilidad de apertura absoluta, como bien señalaba Paul Valadier. Jesús y Nietzsche exigen esa apertura absoluta a lo totalmente otro, algo que el niño aún retiene, pero que el hombre ha perdido de modo irremediable. La apertura absoluta del hombre en nombre de Dios es lo único que puede acabar con el absurdo del sufrimiento y del pecado humanos. Para recibir el Reino hay que hacerse como los niños. Para ser digno de ‘pasar al otro lado’, al lado del superhombre, debe completarse la transformación camello-león-niño.
   En Nietzsche es ésta última la imagen más potente y más afortunada para revelar lo que pretende con la “transvaloración de todos los valores”: el niño que juega ajeno al tiempo, ignorante de la culpa y convirtiendo el presente en eternidad.
   Tanto Nietzsche como el cristianismo encuentran en el hombre un ser imperfecto, incompleto; tanto uno como el otro establecen un programa de mediaciones y de transformaciones; y tanto uno como el otro diseñan para el futuro una solución superadora de todas las limitaciones. Esta estructura corre paralela (lo cual no es ninguna novedad), si como creemos tiene razón Karl Löwith al afirmar que todos los pensadores europeos, por muy ateos que fueran o se manifestaran, sólo podían pensar bajo estructuras cristianas; y todas las estructuras cristianas o su versión secularizada son escatológicas. Ningún proyecto de la “rebelión” (Camus) decimonónica acepta como es el presente; ningún proyecto renuncia a una <solución> que reabsorba y suprima las contradicciones, ni Hegel, ni Feuerbach, ni Marx ni, desde luego, Nietzsche.

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