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odavía, por lo visto, se mantienen intactos en algunos
ámbitos rígidos modelos de adscripción y clasificación de los pensadores del
pasado. Sin duda, lo primero para que una clasificación sea rigurosa será
disponer de claridad conceptual en los recipientes
que han de incluir a los tales pensadores. Quizá en otros ámbitos de la
taxonomía se pueda perdonar cierta inconcreción de los continentes. Por
ejemplo, en música a veces parece que una creación, un disco, pueda caber en
cestas varias, dobles e incluso triples. Así, decimos que un LP cabe en el
formato jazz-soul-funk y no pasa nada. ¿Pero, qué ocurre cuando se trata de
adscribir un pensamiento a uno de estos dos espacios:
“reacción-conservadurismo” o “progreso-emancipación”? ¿No podemos ser igual de
laxos que con la música, hay necesariamente que meter a un filósofo solo en el recipiente de la reacción o solo en el de la emancipación? ¿Es
necesaria a estas alturas tal rigidez clasificatoria, no hay en el ámbito de
las ideas géneros fluidos?
Digo esto a
propósito de la reciente lectura de un artículo de G. Cano[1] donde hace la evaluación
crítica de un reciente libro de Jorge Polo Blanco titulado, significativamente,
Anti-Nietzsche, la crueldad de lo político[2].
Unos años antes parece que también tuvo éxito la obra de Nicolás González
Varela, titulada Nietzsche, contra la
democracia[3].
Aunque la crítica de Cano va por otros derroteros, haciendo hincapié en
los vaivenes histórico-filosóficos en la recepción/evaluación de Nietzsche, que
han conocido modas de izquierda y derecha
–y es, desde luego, una crítica que podemos respaldar plenamente-, el hecho en
sí de que en estos tiempos se produzcan tales juicios sumarios sobre obras
complejas da que pensar. En principio, parece que estas dos obras
antinietzscheanas se escriben desde presupuestos marxistas. Y así se interpreta,
basándose en textos naturalmente, el carácter burgués, antisocialista, antidemocrático y pro-aristocrático del
pensador. No seremos nosotros quienes neguemos que se pueda hacer esa lectura
del filósofo, pero es sin duda profundamente incompleta. Si el juicio se hace
desde el marxismo, cabe preguntar qué tradiciones de pensamiento marxista son
plenamente emancipatorias. ¿Todas? ¿Toda la tradición de pensadores marxistas
es liberadora, aquí no hay que hacer expurgo? Pero la pregunta se torna más
general: ¿no es posible que un autor rico y prolífico presente textos que
pueden ser liberadores, útiles al progreso
y textos que suenen plenamente inaceptables? ¿Es necesaria la pureza total de
pensamiento, haber pasado cierto juicio
de Dios, para que cada palabra resulte impoluta y pueda incorporarse al
carro de los liberadores de la humanidad? ¿No se puede ser liberador haciendo
crítica de los liberadores? Es por
aquí donde se presenta la principal objeción de G. Cano contra el Anti-Nietzsche: ¿y si la crítica de
Nietzsche a los supuestos hechos y personajes de progreso habría ocurrido
porque tales hechos y personajes, con ropajes modernos, portaban y aportaban sin
embargo la más antigua de las virtudes reaccionarias, la moral tradicional
metafísica del resentimiento? ¿No es posible que bajo estos presupuestos
Nietzsche viera una falsa liberación, una
falsa conciencia de liberación, y que
el tiempo –en esto también ha insistido M. Foucault- hubiera evidenciado que no
han producido (ni revoluciones ni pensadores revolucionarios) ninguna auténtica
liberación ni del hombre singular ni de las sociedades humanas; y qué por
tanto, los términos del cambio social,
deben pensarse bajo otros supuestos?
Me parece que a
estas alturas el trabajo intelectual ha de hilar más fino a la hora de aceptar
o rechazar autores del pasado. Ocurre con Nietzsche como ha ocurrido con otros
grandes pensadores que de ningún modo el pensamiento de izquierda debería
rechazar, sino incorporar a su caudal ideológico: Walter Benjamin estuvo bajo
sospecha: su materialismo tendía demasiado a introducir lo místico; Arendt era
demasiado dependiente de la situación cultural de la guerra fría; se consideró
por los pensadores marxistas franceses que Las
palabras y las cosas era un libro de derechas, etc. Los autores del pasado
difícilmente pueden ser incorporados a los proyectos de progreso del presente
si solo se hace de ellos una lectura de conveniencia o utilidad política. ¿Por qué
no pensar que forman parte –también muchos “conservadores”- de la larga lista
de quienes han ampliado las expectativas del espíritu, incluso para provocar
por la naturaleza de su pensamiento, reacciones fructíferas de otro signo. Es
absurdo renunciar a Kant, como lo es rechazar sin más los pensamientos de
Platón, Aristóteles, Agustín o Tomás de Aquino. Cada uno en su medida, incluso
en oposición a ellos, conlleva la afinación del pensamiento humano. Y Nietzsche
no es una excepción. Todas las lecturas fragmentarias son posibles, pero siendo
este el planteamiento esencial de todo el pensamiento Nietzscheano: ¿cómo
liberar al ser humano de la cadena perpetua de la culpa acumulada por
individuos y generaciones?, ningún pensamiento de progreso podrá, aunque
rechace muchos otros presupuestos, desechar una intención liberadora de los más
profundos resortes del sufrimiento, tan potentes al menos como las opresiones
producto de las condiciones de alienación socioeconómicas. Solo por ello –y hay
muchas más cuestiones para aceptar a Nietzsche entre los nuestros, entre las
que su desprecio de la sociedad burguesa, mercantilizada, acultural, imperialista,
donde los hombres tienen su pequeño
placer para el día y su pequeño placer para la noche- merece formar parte
del pelotón histórico de los mejoradores de la vida humana.
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