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miércoles, 10 de agosto de 2022

EL CANON DEL PROGRESO

 



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odavía, por lo visto, se mantienen intactos en algunos ámbitos rígidos modelos de adscripción y clasificación de los pensadores del pasado. Sin duda, lo primero para que una clasificación sea rigurosa será disponer de claridad conceptual en los recipientes que han de incluir a los tales pensadores. Quizá en otros ámbitos de la taxonomía se pueda perdonar cierta inconcreción de los continentes. Por ejemplo, en música a veces parece que una creación, un disco, pueda caber en cestas varias, dobles e incluso triples. Así, decimos que un LP cabe en el formato jazz-soul-funk y no pasa nada. ¿Pero, qué ocurre cuando se trata de adscribir un pensamiento a uno de estos dos espacios: “reacción-conservadurismo” o “progreso-emancipación”? ¿No podemos ser igual de laxos que con la música, hay necesariamente que meter a un filósofo solo en el recipiente de la reacción o solo en el de la emancipación? ¿Es necesaria a estas alturas tal rigidez clasificatoria, no hay en el ámbito de las ideas géneros fluidos?

   Digo esto a propósito de la reciente lectura de un artículo de G. Cano[1] donde hace la evaluación crítica de un reciente libro de Jorge Polo Blanco titulado, significativamente, Anti-Nietzsche, la crueldad de lo político[2]. Unos años antes parece que también tuvo éxito la obra de Nicolás González Varela, titulada Nietzsche, contra la democracia[3].

   Aunque la crítica de Cano va por otros derroteros, haciendo hincapié en los vaivenes histórico-filosóficos en la recepción/evaluación de Nietzsche, que han conocido modas de izquierda y derecha –y es, desde luego, una crítica que podemos respaldar plenamente-, el hecho en sí de que en estos tiempos se produzcan tales juicios sumarios sobre obras complejas da que pensar. En principio, parece que estas dos obras antinietzscheanas se escriben desde presupuestos marxistas. Y así se interpreta, basándose en textos naturalmente, el carácter burgués, antisocialista, antidemocrático y pro-aristocrático del pensador. No seremos nosotros quienes neguemos que se pueda hacer esa lectura del filósofo, pero es sin duda profundamente incompleta. Si el juicio se hace desde el marxismo, cabe preguntar qué tradiciones de pensamiento marxista son plenamente emancipatorias. ¿Todas? ¿Toda la tradición de pensadores marxistas es liberadora, aquí no hay que hacer expurgo? Pero la pregunta se torna más general: ¿no es posible que un autor rico y prolífico presente textos que pueden ser liberadores, útiles al progreso y textos que suenen plenamente inaceptables? ¿Es necesaria la pureza total de pensamiento, haber pasado cierto juicio de Dios, para que cada palabra resulte impoluta y pueda incorporarse al carro de los liberadores de la humanidad? ¿No se puede ser liberador haciendo crítica de los liberadores? Es por aquí donde se presenta la principal objeción de G. Cano contra el Anti-Nietzsche: ¿y si la crítica de Nietzsche a los supuestos hechos y personajes de progreso habría ocurrido porque tales hechos y personajes, con ropajes modernos, portaban y aportaban sin embargo la más antigua de las virtudes reaccionarias, la moral tradicional metafísica del resentimiento? ¿No es posible que bajo estos presupuestos Nietzsche viera una falsa liberación, una falsa conciencia de liberación, y que el tiempo –en esto también ha insistido M. Foucault- hubiera evidenciado que no han producido (ni revoluciones ni pensadores revolucionarios) ninguna auténtica liberación ni del hombre singular ni de las sociedades humanas; y qué por tanto, los términos del cambio social, deben pensarse bajo otros supuestos?

   Me parece que a estas alturas el trabajo intelectual ha de hilar más fino a la hora de aceptar o rechazar autores del pasado. Ocurre con Nietzsche como ha ocurrido con otros grandes pensadores que de ningún modo el pensamiento de izquierda debería rechazar, sino incorporar a su caudal ideológico: Walter Benjamin estuvo bajo sospecha: su materialismo tendía demasiado a introducir lo místico; Arendt era demasiado dependiente de la situación cultural de la guerra fría; se consideró por los pensadores marxistas franceses que Las palabras y las cosas era un libro de derechas, etc. Los autores del pasado difícilmente pueden ser incorporados a los proyectos de progreso del presente si solo se hace de ellos una lectura de conveniencia o utilidad política. ¿Por qué no pensar que forman parte –también muchos “conservadores”- de la larga lista de quienes han ampliado las expectativas del espíritu, incluso para provocar por la naturaleza de su pensamiento, reacciones fructíferas de otro signo. Es absurdo renunciar a Kant, como lo es rechazar sin más los pensamientos de Platón, Aristóteles, Agustín o Tomás de Aquino. Cada uno en su medida, incluso en oposición a ellos, conlleva la afinación del pensamiento humano. Y Nietzsche no es una excepción. Todas las lecturas fragmentarias son posibles, pero siendo este el planteamiento esencial de todo el pensamiento Nietzscheano: ¿cómo liberar al ser humano de la cadena perpetua de la culpa acumulada por individuos y generaciones?, ningún pensamiento de progreso podrá, aunque rechace muchos otros presupuestos, desechar una intención liberadora de los más profundos resortes del sufrimiento, tan potentes al menos como las opresiones producto de las condiciones de alienación socioeconómicas. Solo por ello –y hay muchas más cuestiones para aceptar a Nietzsche entre los nuestros, entre las que su desprecio de la sociedad burguesa, mercantilizada, acultural, imperialista, donde los hombres tienen su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche- merece formar parte del pelotón histórico de los mejoradores de la vida humana.



[1] G. Cano,……………………………

[2] Taugenit S. L., 2020. Edición digital.

[3] Montesinos, 2010.

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