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lunes, 23 de mayo de 2022

EL ÉXITO

 

H

ablábamos, no mucho más arriba, de la «desgracia», refiriéndonos a seres que en otro aspecto fundamental de su vida tenían sobradamente «éxito». Habrá que preguntarse también por este último: qué es el éxito. ‘Exiit” supongo que es el origen de la palabra: éxito=salir fuera, salir de sí. En términos normales ser reconocido, haber alcanzado la excelencia, la originalidad máxima en un arte (la novela, la música). Resulta difícil definir el éxito, en tanto es, será, una vivencia subjetiva: habrá seres que para los demás lo hayan alcanzado y que, en sí mismos, sientan una extrema insatisfacción con sus creaciones. Puede que estos sean muy neuróticos. Recuerdo –he hablado alguna vez de ello- que W. Allen afirmaba que era consciente de que no firmaría nunca una «obra maestra» (Como Bergman, como Fellini). No hemos de dudar de su sinceridad a la vez que sabemos, nosotros, que las ha hecho, y más de una (Balas sobre Broadway, Zelig, La rosa púrpura del Cairo, etc.). Entonces, no hay un medidor objetivo del éxito. ¿No estaba Miguel Ángel siempre insatisfecho de sus creaciones hasta romperlas a martillazos? Podemos, no obstante, buscar ejemplos de éxito en una profesión o dedicación concreta en el que coincidan la opinión general y la apreciación subjetiva del exitoso. Nadie dudará de que este es el caso de Mario Vargas Llosa o Felipe González, o Juan Luis Cebrián. Pero, busquemos más cerca. Alguien más próximo, como Julián Casanova. Reconocimiento «externo» y complacencia «interna» de haber conseguido (evitemos la palabra triunfado) los más altos objetivos vitales en la profesión amada, en este caso la de historiador. El éxito puede durar hasta el final, puede ser post-mortem (lo que nos coloca en otra situación); también puede ser empañado o dilapidado por el propio hombre de éxito (como el rey Juan Carlos, etc.). Todo esto nos deja en una situación complicada para tratar de objetivar qué sea el éxito. Además, depende de la modestia o los logros propios. Gente que cree que le ha llegado el éxito por dirigir un periódico local, frente a aquel que no se da por satisfecho por no haber alcanzado el Pulitzer o la dirección del New York Times... El éxito nos está planteando demasiados problemas; y todo en él nos lleva o a la subjetividad del afectado o a los cambios sociales sobre qué sea aquello del éxito. Con lo cual no avanzamos. «Triunfo» o «éxito» parecen sustantivos inconvenientes como guía para hacer un juicio sumario de aquel a quien conocemos o admiramos.

   Casi toda la tradición más o menos cristiana nos ha advertido contra este sentimiento, aunque ande desbocado en las últimas décadas. Con razón religiones y filosofías sabias advierten contra los excesos del yo,  (Jesús, Buda, Montaigne, etc.). El sabio poeta castellano lo advertía con sencillez implacable:

 

Los placeres y dulzores

De esta vida trabajada

Que tenemos,

No son sino corredores,

Y la muerte, la celada

En que caemos

 

 

O también:

La gloria y el amor tras que corremos

Sombras de un sueño son que perseguimos;

Despertar es morir

 

No sin razón insistía la ascética cristiana contra toda forma de vanidad, incorporando siempre la muerte como freno a nuestras ínfulas triunfales. ¡Cuán necesarios se hacen ahora para los hombres aquellos temibles frenos que ahora no sirven! La imagen de San Jerónimo y la calavera, por ejemplo:

 


San Jerónimo, Antonio de Pereda, 1643

 

La idea de éxito, reservada posiblemente durante siglos a minorías sociales muy exigüas parece haberse vuelto hoy una posibilidad democrática, una posibilidad que ha roto todas las barreras sociales y se halla al alcance de cada uno en su pequeña o gran esfera propia. No parece sino que es la forma que ha adquirido la presión publicitaria y la obsesión de la economía por producir un tipo de individuo sin límites, sin autocontención, que es evidentemente el hombre que consume y viaja y es ambicioso y se come la vida y opina y sabe… El ser reducido a una vida llena de ascética es el antihéroe moderno por excelencia, no consume gastronomía, ni cultura, ni gimnasios, ni plataformas,… Puede ser bueno para el espíritu pero no para la economía globalizada. Si en algún momento Nietzsche dijo –con razón- que este era el auténtico “astro ascético”, habrá que preguntarse si la posibilidad del ascetismo como filosofía de vida, más que con los ideales religiosos solo encuentra su lugar de posibilidad en sociedades de desarrollo económico aún endeble, premoderno; y ahora, necesariamente en esta sociedad del derroche absurdo es una antigualla antieconómica. ¿Cuál es, entonces, el lugar del éxito?

 


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