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ablábamos, no mucho más arriba, de la
«desgracia», refiriéndonos a seres que en otro aspecto fundamental de su vida
tenían sobradamente «éxito». Habrá que preguntarse también por este último: qué es el éxito. ‘Exiit” supongo que es
el origen de la palabra: éxito=salir fuera, salir de sí. En términos normales
ser reconocido, haber alcanzado la excelencia, la originalidad máxima en un arte (la novela, la música). Resulta
difícil definir el éxito, en tanto es, será, una vivencia subjetiva: habrá
seres que para los demás lo hayan alcanzado y que, en sí mismos, sientan una
extrema insatisfacción con sus creaciones. Puede que estos sean muy neuróticos.
Recuerdo –he hablado alguna vez de ello- que W. Allen afirmaba que era
consciente de que no firmaría nunca una «obra maestra» (Como Bergman, como
Fellini). No hemos de dudar de su sinceridad a la vez que sabemos, nosotros, que sí las ha hecho, y más de una (Balas
sobre Broadway, Zelig, La rosa púrpura del Cairo, etc.). Entonces, no hay
un medidor objetivo del éxito. ¿No estaba Miguel Ángel siempre insatisfecho de
sus creaciones hasta romperlas a martillazos? Podemos, no obstante, buscar
ejemplos de éxito en una profesión o dedicación concreta en el que coincidan la
opinión general y la apreciación subjetiva del exitoso. Nadie dudará de que este
es el caso de Mario Vargas Llosa o Felipe González, o Juan Luis Cebrián. Pero,
busquemos más cerca. Alguien más próximo, como Julián Casanova. Reconocimiento
«externo» y complacencia «interna» de haber conseguido
(evitemos la palabra triunfado) los
más altos objetivos vitales en la profesión amada, en este caso la de
historiador. El éxito puede durar hasta el final, puede ser post-mortem (lo que
nos coloca en otra situación); también puede ser empañado o dilapidado por el
propio hombre de éxito (como el rey Juan Carlos, etc.). Todo esto nos deja en
una situación complicada para tratar de objetivar qué sea el éxito. Además,
depende de la modestia o los logros propios. Gente que cree que le ha llegado
el éxito por dirigir un periódico local, frente a aquel que no se da por
satisfecho por no haber alcanzado el Pulitzer o la dirección del New York Times... El éxito nos está
planteando demasiados problemas; y todo en él nos lleva o a la subjetividad del
afectado o a los cambios sociales sobre qué sea aquello del éxito. Con lo cual
no avanzamos. «Triunfo» o «éxito» parecen sustantivos inconvenientes como guía
para hacer un juicio sumario de aquel a quien conocemos o admiramos.
Casi
toda la tradición más o menos cristiana
nos ha advertido contra este sentimiento, aunque ande desbocado en las últimas
décadas. Con razón religiones y filosofías sabias advierten contra los excesos
del yo, (Jesús, Buda, Montaigne, etc.).
El sabio poeta castellano lo advertía con sencillez implacable:
Los placeres y
dulzores
De esta vida
trabajada
Que tenemos,
No son sino
corredores,
Y la muerte, la
celada
En que caemos
O también:
La gloria y el amor tras que corremos
Sombras de un sueño son que perseguimos;
Despertar es morir
No
sin razón insistía la ascética cristiana contra toda forma de vanidad,
incorporando siempre la muerte como
freno a nuestras ínfulas triunfales. ¡Cuán necesarios se hacen ahora para los
hombres aquellos temibles frenos que ahora no sirven! La imagen de San Jerónimo
y la calavera, por ejemplo:
San
Jerónimo, Antonio de
Pereda, 1643
La
idea de éxito, reservada posiblemente durante siglos a minorías sociales muy
exigüas parece haberse vuelto hoy una posibilidad democrática, una posibilidad que ha roto todas las barreras
sociales y se halla al alcance de cada uno en su pequeña o gran esfera propia. No
parece sino que es la forma que ha adquirido la presión publicitaria y la obsesión
de la economía por producir un tipo de individuo sin límites, sin autocontención,
que es evidentemente el hombre que consume y viaja y es ambicioso y se come la
vida y opina y sabe… El ser reducido
a una vida llena de ascética es el antihéroe moderno por excelencia, no consume
gastronomía, ni cultura, ni gimnasios, ni plataformas,… Puede ser bueno para el
espíritu pero no para la economía globalizada. Si en algún momento Nietzsche
dijo –con razón- que este era el auténtico “astro ascético”, habrá que
preguntarse si la posibilidad del ascetismo como filosofía de vida, más que con
los ideales religiosos solo encuentra su lugar de posibilidad en sociedades de
desarrollo económico aún endeble, premoderno; y ahora, necesariamente en esta
sociedad del derroche absurdo es una antigualla antieconómica. ¿Cuál es,
entonces, el lugar del éxito?