Para “Pilar” Castro Compañet, in Memóriam
Este 2019
está siendo pródigo en aniversarios: 200
años de nuestro magnífico Museo del Prado, 30 de la caída del Muro de Berlín
que certificó el derrumbe de aquello que entonces se llamó “socialismo de
estado”. Y también, el pasado día 16 de noviembre, se cumplían 30 años del
asesinato de Ignacio Ellacuría y sus compañeros de UCA (Universidad Centroamericana).
Ignora si cuando salgan estas líneas alguien habrá publicado aquí, en La Rioja, alguna carta o testimonio
recordando aquellos sucesos y a aquel vasco ejemplar. Hace diez años, también
en La Rioja, el periodista Pablo G.
Mancha recordaba los pormenores de la masacre y reflexionaba –en una línea que
comparto plenamente- sobre los avatares de la Teología de la Liberación y la
irritación que provocaba en el Vaticano, además del odio criminal de los
sectores más reaccionarios del continente americano.
Han
pasado diez años más, y seguramente se habla mucho menos de aquella teología;
algunos de sus más insignes representantes, como Leonardo Boff, han enriquecido
su discurso con mensajes en defensa de la madre Tierra, cada día más
amenazada. Por América latina han pasado
regímenes de izquierda que despertaron muchas ilusiones, porque por primera vez
las voces de los pueblos oprimidos y de los indígenas marginados parecían ser
escuchadas y atendidas. Al margen de sus balances, complejos para ser
analizados aquí, lo cierto es que por unas razones u otras, el continente se
halla en gran medida en manos otra vez de políticos ultraliberales o
simplemente protofascistas. Chile se encuentra incendiado, Argentina se refugia
en el peronismo, Bolivia sufre una crisis profundísima tras años de estabilidad
y avances, Venezuela parece condenada a perpetuar la dictadura represiva de
Maduro, o dejar paso a una voraz derecha neoliberal, …. ¿Qué diría el vasco Ellacuría ante esta Latinoamérica
una vez más incandescente? No lo sabemos, pero podemos pensar que, en lo
sustancial, nada le llevaría a otra
postura que no fuera la de defender a los pobres y desheredados de aquel
continente contra los estragos del capitalismo voraz y depredador y contra la
injusticias terribles que deberían soliviantar a cualquier cristiano auténtico.
Ellacuría se tomó en serio y al pie de la
letra la radicalidad de la cruz. Quien hubiera podido llevar una cómoda vida
docente (facultades no faltaban a quien se educó a la vera de Xavier Zubiri, Karl
Rahner o Pedro Arrupe), prefirió comprometerse en cuerpo y alma con la causa de
los pobres y desheredados del mundo centroamericano. Medió en los brutales
conflictos salvadoreños, tratando de alcanzar una paz con justicia en aquel
desheredado pueblo de Dios. Y acabó, como es sabido, asesinado, junto a Segundo
Montes, Ignacio Martín-Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López
(todos jesuitas) y, con ellos, Elba Ramos, la cocinera y su hija Celina.
Los teólogos de la liberación hablaban de «estructuras
de pecado» para definir situaciones históricas concretas que conllevan y
arrastran a los hombres a creer con buena conciencia, y a ejecutar sin culpa,
lo que son gravísimos pecados contra la dignidad humana. En tales términos
hablaba Ellacuría: “Una situación que no
permite a la mayoría ser persona y vivir como persona por estar sojuzgada y
aplastada por necesidades vitales fundamentales; una situación de injusticia institucionalizada
que impide positivamente la fraternidad entre los hombres; una situación
configurada por modelos de la sociedad capitalista y de la sociedad de consumo,
que impiden la solidaridad y la trascendencia cristianas […] una situación de
tales características, desde el punto de vista cristiano, no tiene más que un
nombre: pecado” («Liberación: misión y carisma de la iglesia
latinoamericana» , ECA. Estudios centroamericanos 268 [1971], pág.73).
También el Vaticano ha cambiado en estos diez
años. La llegada de Francisco ha supuesto primero una profunda esperanza de
renovación, de que acabara de una vez el famoso invierno eclesial. Pese a la lentitud y a veces la tibieza de la
renovación desde dentro de las estructuras de la iglesia, muchos cristianos
progresistas confían en la sinceridad reformista y humanizadora de este Pontífice,
siendo conscientes de las dificultades
terribles que estructuras internas de la Iglesia –desde parte de la Curia hasta
el enorme peso que tienen instituciones y jerarquías reaccionarias y
conservadoras- ponen a los pasos en la buena dirección de Bergoglio. Hay un nacionalcatolicismo
irredimible, montaraz y antievangélico que, en la España de hoy, es capaz de
dedicar a Monseñor Osoro las mismas palabras de odio que dedicó a Tarancón en
la Transición. Pero el ejemplo de Ellacuría debe servir de estímulo a los
sectores más renovadores en Roma, y en España, para perseverar y re-impulsar la necesaria y completa limpieza
de los Establos de Augías en que
muchos habían convertido la sede romana. Ellacuría, Rutilio Grande, Romero..,
deben actuar como lo hacían primitivamente aquellos mártires inspiradores, a quienes en el presente y en el futuro
deben hacer de la Iglesia de Cristo el hogar y el alma de quienes sí tienen necesidad de médico… porque nunca
hubo un médico para ellos.