ROBERTO
Bueno, el asunto que has introducido es bastante complejo. En primer lugar,
no creo que sea únicamente un problema de la democracia española sino de los
sistemas políticos asentados durante décadas en los países occidentales. ¿Hasta
qué punto la ignorancia es real? Hay asuntos que han despertado la conciencia política
de muchos como el Brexit o Trump (a favor o en contra). Sigue habiendo pasión
política y asuntos muy divisivos. Tus preguntas parecen orientadas más al día
día y sus problemas estructurales. Bueno, la política, como el estudio del
latín es un asunto de minorías. Lo ha sido siempre. Sólo en períodos muy de
extremos, como el período entreguerras, la política parecía ser un asunto
central en la vida de las personas. ¿Queremos volver ahí? La política y su
interpelación por la mayoría sólo cobran protagonismo en momentos
excepcionales. La gente tiene una vida.
Por otro lado, sí que hay ciertas cosas que no pintan bien. Por ejemplo,
hay una total indiferencia por los asuntos internacionales. La política es
vista como una cosa de élites y no como una práctica social de lo común. No hay
cultura de lo público. ¿A quién podemos exigir culpas? En el fondo son
dinámicas muy difíciles de controlar. Cosas como una asignatura de Educación
para la Ciudadanía eran un buen punto de partida. Existe una evidente falta de cultura
política. Los profesores de Ciencias Sociales no pueden cubrir
satisfactoriamente ese nicho. Los de filosofía creo que tienen temarios
demasiado abstractos como para poder hacer algo.
Por último, la cultura popular no favorece en nada una querencia por lo
político. Pensemos, por ejemplo, en las series que de alguna manera lidian con
el tema. Desde House of Cards a Juego de Tronos, la política es vista como algo
negativo y basado en conspiraciones, juegos personales y protagonistas
viciosos. La última serie optimista sobre el tema fue El Ala Oeste de la Casa
Blanca. Lo interesante aquí es que la cultura popular identifica la política
con los otros, con gente que no es del mundo del ciudadano de a pie. Hay, por
así decirlo, una diferencia cada vez mayor entre el "país oficial" y
el "país real". Nuestras democracias cada día se parecen más a la
Monarquía orleanista y a sus ministros liberales doctrinarios.
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