Contra la sordidez
Una España de sentencias injustas y vídeos sucios que rompen la moral de una nueva generación condenada al precariado. Una España sórdida. Una España ante sus fantasmas, como predijo con acierto el periodista inglésGiles Tremlett antes de que se iniciase la gran crisis económica. Tremlett, entonces corresponsal de The Guardian en España, visitó los delirantes prostíbulos de la costa levantina, se interesó por la Sevilla marginal de las Tres Mil Viviendas, asistió a los combates de lucha libre en Madrid entreFelipe González, Baltasar Garzón y el periodista Ramírez, vio la agonía de ETA en el País Vasco, captó el fenómeno de la industria de la moda en Galicia, e intentó entender la condensación política y sentimental catalana antes de que Artur Mas pisase el acelerador soberanista. Viajó por toda España y escribió un libro irrepetible sobre un país condenado a una eterna transición.
Es interesante releer España ante sus fantasmas (Siglo XXI), doce años después de su primera edición. Hay un capítulo dedicado a la crianza de los niños, especialmente significativo. El periodista Tremlett quedó sorprendido por la gran atención que la escuela española presta a las dinámicas de grupo –“un niño al que le gusta estar solo se le considera raro”– y por la gran benevolencia de los padres con sus hijos, en comparación con Gran Bretaña. “El modo en que los españoles educan a sus hijos –escribía el corresponsal– encierra un enigma fundamental que no soy capaz de resolver. ¿Cómo es posible que los mimados y maleducados menores de ocho años se conviertan en adolescentes tan correctos, agradables y seguros de sí mismos? El adolescente hosco al estilo británico es insólito en España. La rebeldía total parece inexistente”. Escrito entre los años 2004 y 2005, mientras las plusvalías inmobiliarias niquelaban el bienestar de una amplia clase media que al cabo de unos años se daría de bruces con un inesperado colapso económico.
Esa delicada generación de adolescentes se ha convertido en la leva juvenil que hoy se rebela, de una forma u otra, contra la España sórdida de los contratos basura, las sentencias judiciales ofensivas y la política que no sabe dimitir. Primero se indignaron y votaron al Partido de la Ira. Ahora estudian cuál puede ser el Partido del Cambio, en posible alianza con los destacamentos más preocupados de las generaciones mayores. Los nuevos españoles no soportarán por mucho tiempo una España sórdida. La España sórdida son los sueldos de seiscientos euros al mes, mientras los beneficios empresariales se disparan gracias a la excelente coyuntura internacional. Es la sentencia de Pamplona, que ignora olímpicamente lo que ocurrió el pasado 8 de marzo en las grandes ciudades del país. Es el desolador final político de Cristina Cifuentes , “dimitida” por las fuerzas que operan desde el subsuelo, el día en que su terquedad empezó a poner en riesgo la continuidad de los actuales equilibrios de poder en la capital de España. Es la incomprensible ausencia de diálogo político en Catalunya. Es el futuro de Carles Puigdemont anos de unos jueces independientes de la Alemania federal, ante la perplejidad del magistrado Pablo Llarena , que creía tenerlo todo bien atado, bajo el dictado estratégico de la Sala Segunda del Tribunal Supremo.
Puede haber una revuelta contra la España sórdida distinta al 15-M. Más ciudadana y menos ideológica. Más femenina. Más pragmática. Más atenta a lo concreto. Más escalonada en el tiempo. Queda claro que en estos momentos la movilización feminista se ha convertido en el vector principal de las fuerzas que vienen de abajo. Son las adolescentes que llamaron la atención al periodista Tremlett y sus madres. Las jóvenes del precariado y las mujeres libres de los años setenta, que ahora encaran la jubilación. Una alianza capaz de decantar unas elecciones. La protesta feminista está adquiriendo una gran fuerza–lo volvemos ver estos días– en la medida que convoca a las demás energías del malestar y las unifica bajo un significante moralmente vencedor.
El feminismo se está convirtiendo en la punta de lanza de los disconformes. El filósofo alemán Peter Sloterdijk, un nietzscheneano enciclopédico alejado de la fascinación de Slavoj Zizek por la figura eléctrica de Lenin, advirtió hace unos años que las sociedades de la era digital vivirían continuos estallidos de rabia en forma de géiser, mientras el trabajo autónomo se convierte en la nueva unidad psicológica del ser humano. La Internacional Comunista, escribe Sloterdijk, fue el gran banco mundial de la ira. A partir de su disolución, los malestares acumulados carecen de depósitos a largo plazo. Sin utopía revolucionaria y sin un reformismo ilusionante, quedan los estallidos de malhumor.
Habrá rebelión contra la sordidez, que ofende el aprendizaje de la generación joven, socializada por la escuela pública y muy bien tratada por sus padres. El viejo partido alfa cae en picado en todos los sondeos, sin que se sepa muy bien cuál es la verdadera anchura de espaldas de la fuerza ahora ascendente, Ciudadanos. Miradas de angustia en círculos dirigentes de Madrid: “¿Qué será de España si no resolvemos bien esta crisis política y la economía vuelve a empeorar dentro de dos años?” El PSOE se ha ausentado –qué extraña estrategia la de Pedro Sánchez – y Podemos puede volver al 20% si no sucumbe a sus peleas adolescentes. Los vascos del PNV, que se temen lo peor, han decidido dar dos años a Mariano Rajoy. Se lo cobrarán muy bien, pero en su decisión hay algo más que el evidente deseo de rebanar el presupuesto.
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