Epicuroysushigos
Epicurus discipulos hortabatur ut amicitiam omnibus rebus humanis anteponerent
PÁGINAS
viernes, 14 de julio de 2023
MERCANCÍAS FICTICIAS. RECUPERANDO A POLANYI
jueves, 13 de julio de 2023
DE MARX Y DE MENOS
jueves, 8 de junio de 2023
Mantegna, Crucifixión, 1456-1459
E |
l
mundo de Mantegna es perfecto porque es imposible. No hay nada más maravilloso,
a la vez que inverosímil, que este escenario de la Crucifixión. Es el orden absoluto y es por eso que no es de este
mundo. Dan ganas de ser crucificado así, porque ese mundo perfecto ha de ser,
por su misma perfección, indoloro. Todo es mágico e increíble: la nitidez de
los volúmenes, el colorido, la disposición de las escenas, los gestos, la Vía dolorosa, la extraña montaña,
Jerusalén…
Hablamos de escenas, pero en realidad solo
hay parcialidades aisladas pretendidamente reunidas por el pintor. Pese a la
tragedia, todo podría ser anecdótico. Un mundo infinito, una distancia
insalvable separa a los tres crucificados. La elevación exagerada de la cruz de
Cristo lo aliena del plano de los seres humanos y lo sitúa ya en otro espacio,
fuera del mundo, quizás con el Padre. Cualquiera querría vivir en esta pintura
sin atmósfera, en estos cuerpos asépticos rodeados de la nada, en esa increíble
pulcritud de cada centímetro. Aquí no parece desarrollarse la terrible tragedia
del Gólgota. Todo es demasiado bello,
demasiado impoluto para ser creíble, demasiado deseable… Tan deseable que el
arte del Renacimiento debería haberse quedado en este momento, congelado, como
el cuadro, puesto que ya no era posible ir más allá en el sentido de que el <<realismo>>
se pusiera al servicio de la idealización absoluta. Pero el arte no podía
detenerse, ni se podía volver atrás
como aún quisieron ingenuamente los prerrafaelitas; pero <<ingenuamente>>
significa aquí <<sabiduría>>, la absoluta certidumbre de que la
felicidad se hallaba exactamente en este punto que marcan Ucello, Mantegna o
Piero de la Francesca. <<Sabiduría>> porque enseguida, en el siglo
XX, el arte no haría otra cosa que mancharse.
Resulta un enigma, si no una desgracia para el arte del XV que los genios
estuvieran esperando, a la vuelta de la esquina, hasta conseguir volver el arte
<<verdadero>>, quizá un contrasentido.
sábado, 4 de febrero de 2023
LA NOCHE DE LOS TIEMPOS
A menudo resulta doloroso convocar situaciones históricas concretas. Cada
individuo de cierta edad, si ha tenido la desgracia de vivir en países hechos
de fatalidad, recordará un hecho violento, o problemático, una matanza, un genocidio,
un progromo, una oportunidad perdida… Para muchos españoles, estoy seguro, el
“único” momento (o al menos el principal) que traerá ese dolor a la memoria
será la II República; al menos es el mío. Otros sin duda recordarán el dolor
terrible, el sufrimiento que padecieron en el franquismo, el hambre o la
tortura, el desprecio o el disimulo con el que tuvieron que vivir. Pero el
periodo en sí no tiene aristas; es una desgracia histórica más (muy poderosa)
de España. Antes de 1931 casi no nos afecta lo sucedido, dado el tiempo y lo
que vino después. Todas las desgracias (“gestas” para otros) anteriores pueden
ser contempladas con relativa calma, incluidas las del siglo XIX, que no
indiferencia. Solo lo sucedido entre 1931 y 1939 escuece en el alma. Excluyo a quienes
sean indiferentes, equidistantes o a los que se ufanan de cómo acabaron
aquellos años. También tendremos que excluir a quienes ven aquel período no
como una terrible prueba y exposición dolorosa de hasta dónde pueden llegar las
equivocaciones de la izquierda y, así, mantienen un relato nítido: saben dónde
estaba la luz y dónde las tinieblas. Nosotros no sufriríamos ningún dolor por
aquello si fuéramos capaces de excluir de cualquier responsabilidad a los
nuestros. Eso no quiere decir que vengamos a repartir culpas. Incluso cargando
no solo con sus errores sino también con sus crímenes estamos plenamente al
lado de lo que, por resumir, llamamos las izquierdas o, si se prefiere, los perdedores. Pero no queremos cerrar los
ojos; y no ha izquierda que se libre de errores mayúsculos. Quien vea sus
héroes en los anarquistas tiene mucho que reflexionar, aunque tenga fuertes
argumentos defensivos para justificar lo que los historiadores llaman la
“impaciencia”, el cabreo por la falta de avances en justicia. No se trata de
explicar ahora ni de repartir carnets de anarquistas lúcidos y anarquistas
torpes. No se trata de juzgar, ni a anarquistas ni a comunistas ni a
socialistas; pero, al necesitar comprender y sobre todo dar respuesta a esta
terrible pregunta, que aún duele: ¿por qué no salió bien?, es imposible no
analizar y ver una táctica equivocada aquí, un discurso “revolucionario”
innecesario allá, etc. Cada uno que juzgue –si quiere- a los suyos. A nosotros,
por encima de todo, nos toca reflexionar sobre el papel del PSOE y de la UGT en
aquel contexto.
Las lecturas ayudan e influyen
mucho, cómo no; y más en estos tiempos en que se quiere dar la vuelta al
relato. Pero tengo la impresión de que quienes sienten profunda, íntimamente aquellos años, como si formaran parte
de su propia textura vital, acaban teniendo una “novela” propia sobre los
acontecimientos; una mezcla de relato, datos, imaginación e interpretación. No
necesariamente una explicación “justificativa” de esto o de aquello, de este o
de aquel, de esta u otra decisión, sino una especie de “República imaginada o
construida”, a medias por los datos, a medias por los deseos, tal vez por lo
que estuvo cerca de ser...
Es por eso reconfortante que alguien, fuera de
la prisa interpretativa o del dogma, reflexione y se explaye con dolor sobre
aquellos momentos. Pienso desde luego en Muñoz Molina y su visión de la II República,
de sus últimos meses sobre todo, a través del narrador y los personajes de La noche de los tiempos. Y la riqueza
proviene no de que escuches a un historiador, sino a un individuo al que
aquello le duele tanto como a uno. No
se trata de que su visión sea más lúcida, más crítica, más o menos “ideológica”
en ningún sentido, sino del hecho de que sea una visión encarnada, doliente, triste, por qué no, dado el resultado de
los acontecimientos. El narrador no tiene por qué “acertar” en el manejo del
clima de aquellos meses. Puede o no estar en lo cierto en el peso que da, por
ejemplo, a la violencia callejera de los meses de febrero a julio del 36; puede
o no dar con las claves exactas del discurso y de los “modelos” de lo que tuvo
o pudo hacer el partido socialista allí, el modelo del protagonista, el
reformista y cauto; el modelo “obrerista” que puede comprender la impaciencia
revolucionaria de cierto socialismo en la primavera de aquel 36, como es el
caso del personaje de Eutimio. Ambos socialistas, ambos con carnet de la
Unión General de Trabajadores.
Algunos tenemos muy claro que la
actitud de los socialistas fue profundamente equivocada aquellos meses; nos
referimos al sector que parece llevar la batuta, el largocaballerista, el que parece imponerse y evitar que los
socialistas estén en el gobierno del Frente Popular, el que gana en retórica
revolucionaria y prosoviética para placer de reaccionarios y conspiradores. Lo
tenemos claro y somos durísimamente críticos con aquella postura, pero habrá
quien venga con argumentos, cual los de Eutimio el capataz en la novela, de que
se tata de retórica “defensiva”, de que no se podía hacer otra cosa, en un
contexto de violencia derechista y conspiración militar, que ponerse a la defensiva, armarse y responder...
Otro tanto ocurrirá con la
revolución de octubre del 34; podemos, y efectivamente, la vemos como mínimo
como un “error grave” de los socialistas (así parece verla, también, Muñoz
Molina a través de su personaje principal, Ignacio Abel), pero no faltarán serios
argumentos que oponer para justificar el movimiento huelguístico-insurreccional
de aquellos días de octubre.
Es por ello que, por mucho que
aún esclarezca la bibliografía, por mucho que aún aprendamos, por documentos
reveladores que aparezcan parece como si los acontecimientos y sobre todo las
interpretaciones se hubieran solidificado, se hubieran vuelto de acero o de diamante
indestructible y estuviéramos condenados a dar eternas vueltas a estos asuntos
y, a pesar de los esfuerzos no mellar, no desgastar ni un milímetro
interpretaciones y querencias ya
inamovibles, porque son para siempre sustancia de nuestra propia vida.
domingo, 22 de enero de 2023
ARTE Y PROPAGANDA
D |
e una
manera tangencial, sin profundizar en el contenido, leí el otro día como de
pasada –creo que en alguna tribuna de El
País- una afirmación con la que se puede estar de acuerdo: la misión del
arte no es servir de propaganda (política). El arte, puesto al servicio de una
causa o afirmación ideológica se empobrece profundamente en sus
significaciones, se uniformiza, por decirlo así, en una sola dirección y
renuncia a la plurisignificatividad y riqueza que debe acompañarlo. No queremos
decir que las obras de arte deban ser ambiguas
en su significado, sino que su mayor riqueza se encuentra a menudo en alejarse
de todo “mensaje”. Ello no quiere decir que no encontremos ejemplos magníficos
de arte al servicio de las ideas; en realidad lo ha estado siempre (piénsese en
la propaganda de Augusto a través de sus representaciones escultóricas, o en el
Ara Pacis). Pensemos en la fuerza de
un Gernika o en un mural de Diego
Rivera; son obras mayores, al margen de una clara intención política.
Precisamente el artículo, creo recordar, ponía a Picasso como ejemplo de ese arte por el arte, arte como juego, como
erotismo, como belleza o como deseo, arte como ganas de vivir, de vivir más, arte como promesa de felicidad. Y
verdaderamente Picasso es todo eso casi siempre y en sus distintas épocas; aun
que coyunturalmente haya puesto el arte al servicio de la <<política>>,
como en Sueño y mentira de Franco [1].
[1]
Seguramente,
es el arte contemporáneo el que mejor se liberó del <<servicio>> de
una causa, generalmente, la causa de la Iglesia, o la causa de la monarquía y
pudo volar con mayor libertad hacia su sagrado deber de embellecer y estimular
la vida. Tal vez nada en la historia del arte señala mejor este paso que los
paisajes de Monet [2] o las obras de Matisse. [3] Es como si el arte por fin
respirara y dejara atrás sus servidumbres. Otra cosa es que el siglo XX haya
obligado a los artistas a meterse en faena militante y poner su arte al servicio
de una causa, fuera la revolución soviética[4] o el cartel republicano o
fascista[5].
Y en
ese sentido ha cumplido una misión: la de estar en el mundo sin olvidar lo que
pasa en él; pero tal actividad militante hemos de tacharla de “excepcional” y,
cuanto antes, el arte debe salir de las trincheras y dedicar sus energías a otros
fines. Entiendo que habrá quien considere que el arte al servicio de la alegría,
del erotismo o reducido a su propia decoratividad sea interpretado como “burgués”,
y tachado de individualista y frívolo por no superar la cuestión del
<<autor>> o no ponerse al servicio de la causa colectiva. Aunque tal
vez ambas cosas no sean excluyentes; a menudo se hablaba de la poesía, necesaria como el pan de cada día y el
arte podría jugar un papel liberador, pero no necesariamente en forma de
panfleto político (¿no es mejor para eso el discurso o el folleto?) sino como
manera de alumbrar la perspectiva de una sociedad más libre y gozosa, sin
impedir esclarecer las causas que lo hacen difícil o imposible.
[4]
[5]
¿Durante
siglos, qué libertad tuvieron los artistas? Como comentábamos pasaron siglos o
milenios “al servicio” de y aunque pugnaban, al menos ya los artistas del Renacimiento por su estatus
espiritual y su libertad como creadores, esta se hizo extremadamente difícil al
menos hasta el Romanticismo: ¿cuántas “limitaciones” no hubo de sufrir Goya en
su carrera, pese a que tengamos a mano sus manifestaciones más “libres”? ¿Cuánto
miedo ante la inminente publicación de los Caprichos?,
¿Cuánta adulación insincera a poderosos y aristócratas? Hemos de considerar una
liberación a celebrar la libertad que el arte y los artistas van ganado con el
siglo XIX, y también que se separe de todo intención moral, como aún quería
Kant a decir de Nietzsche. Advertimos esa primera libertad, ese acercamiento a
lo sublime, en aquellos pintores que parecen no hacer caso más que a su propia
alma y expresan en el paisaje turbio de Turner
[6] o en el silencio trascendente y espiritual de Friedrich [7] una mirada ya liberada.
[6]
[7]
lunes, 3 de octubre de 2022
DE LA VERDAD EN EL ARTE
El arte, al contrario que otras disciplinas de la cultura
humana –la filosofía, las ciencias sociales-, no tiene necesariamente por
objeto de su acción la <<verdad>>. Es más, a menudo su intención es
perfectamente la contraria, provocar la ilusión o el engaño, exagerar la
belleza de la existencia o las penas terrenas e infernales; aunque siempre que
se trate de un arte con intención moralista tendrá el resplandecimiento de la
verdad, o de lo verdadero o verosímil entre sus fines. Por tanto, no siendo la
verdad necesariamente la intención
dominante en los artistas, y sin que los que la busquen hayan de ser dotados por
nosotros de un estatuto superior como artistas (pensemos en Rubens cuya
fantástica imaginación se aleja por completo de los cánones de la estricta verdad de lo que pinta, adentrándose en
mundos estéticos tan fabulosos que pueden
ser preferidos a la verdad desnuda), sí es cierto que hay creadores especialmente
dotados, sea o no un acto de voluntad deliberado, para mostrarnos la verdad de
los seres y de la vida. Verdad no en
un sentido normativo sino como un hacer
justicia a la realidad por encima de todo, pintar desde una sinceridad
radical. Tres artistas de este tipo son Rembrandt, Goya y Caravaggio. Si
tomamos el ejemplo de este en alguna de sus obras, y la comparamos con otras
más o menos coetáneas del mismo tema, quedará más claro lo que intentamos
decir. Probemos por ejemplo con el tema del sacrificio de Isaac, a través de la
obra de Caravaggio y la de otro pintor barroco, Jan Victors (1619-1676).
Caravaggio, Sacrificio de Isaacc (1603), Uffizi
Jean Victors, Sacrificio de Isaacc (1649),
Museo del Arte, Tel Aviv
Observemos
las obras desde el punto de vista iconográfico: cuentan lo mismo y son
absolutamente diferentes: La obra de Victors está curiosamente destensionada, aunque el momento no
pueda ser más dramático. Evidentemente es anterior en el tiempo a la acción del
trabajo de Caravaggio; aquí el cuchillo permanece aún en su funda, ni el ángel
ni el cordero han aparecido todavía. ¿Hay verdadera resolución en la actitud de Abrahán? Desde luego hay pena y
tristeza y cariño ante la suerte del hijo; pero quizá esa actitud casa mal con lo que está a punto de suceder. Caravaggio
elige, como siempre, el momento climático del asunto. Aquí todo es diferente.
El joven, a diferencia del otro, sufre no la ternura, sino la violencia del
padre y grita porque él no comprende lo
que allí se está dirimiendo que es, desde luego, absurdo… Si nos fijamos en la mano que empuña el cuchillo y en la
que sujeta la cabeza de Isaac, la resolución y la fuerza, la convicción en la tarea
es máxima. Solo una fe fanática, como la que Dios exige a Abrahán, puede actuar
con tanta determinación; ni siquiera hay ocasión para el ternurismo entre el
padre y el hijo, como en la versión posterior. El Abrahán del italiano no refleja pena ni dolor, solo concentración
absoluta; ni siquiera sorpresa, o alivio, ante la irrupción del ángel. Está
dispuesto a cumplir la voluntad divina pese a quien pese y pase lo que pase. La
orden de parar el sacrificio –para él-es tan imperativa como había sido la
prueba anterior exigida por Dios.
miércoles, 10 de agosto de 2022
ACERCA DEL LENGUAJE VÁLIDO PARA CON DIOS
"No
volverás a rezar jamás, no volverás a adorar, no volverás jamás a descansar en
una confianza ilimitada; te negarás a detenerte ante una sabiduría postrera,
una última bondad, una última potencia y a desenjaezar tus pensamientos: -no
tendrás guardián ni amigo que te acompañe a todas horas en tus siete soledades:
-vivirás sin una escapatoria hacia esa montaña, nevada en la cumbre, con fuego
en las entrañas; no habrá para ti remunerador ni corrector que dé la última
mano, ni habrá tampoco razón en lo que acontezca, ni amor en lo que te suceda;
tu corazón no tendrá asilo donde no encuentre más que reposo ni tenga más que
buscar! Te defenderás contra una paz última, querrás el eterno retorno de la
guerra y la paz: -hombre del renunciamiento, ¿querrás renunciar a todo esto?
¿Quién te dará fuerzas para ello? ¡Hasta ahora nadie ha tenido esa
fuerza!". Hay un lago que un día no quiso desbordarse y construyó un dique
en el lugar por donde se derramaba; desde entonces el nivel del lago se eleva cada
día más. Quizás aquel renunciamiento nos dará la fuerza necesaria para soportar
el renunciamiento; quizás el hombre se elevará más cada día desde el instante
en que deje de desbordarse en el seno de un Dios".
<<Excelsior>>, La Gaya Ciencia
E |
ste maravilloso texto de La gaya ciencia, mucho menos citado que el famoso aforismo 125 del
mismo libro, nos proporciona una introducción a los planteamientos que siguen.
El lago que se derrama, como el loco del #125 que busca a Dios con una linterna en
pleno día, dejan al lector un sabor agridulce en la boca, una lengua seca y
áspera a la vez, por el miedo y la promesa gigantescos que la <<muerte de
Dios>> significan. Vivir a partir de ahora asumiendo esa muerte no va a ser fácil. Camus también
se dio cuenta de ello al citar al filósofo alemán: “si no hacemos de la muerte de Dios un gran renunciamiento y una
perpetua victoria sobre nosotros mismos, tendremos que pagar esa pérdida”[1].
Asumir la realidad fáctica de la muerte de Dios implica un largo y angustioso
proceso; una duración prolongada, dos siglos tal vez, el nihilismo.
Generaciones de europeos ya han vivido y viven ese proceso:
Lo que cuento es la
historia de los dos próximos siglos. Describe lo que sucederá, lo que no podrá
suceder de otra manera: la llegada del nihilismo. Esta historia ya puede
contarse ahora, porque la necesidad misma está aquí en acción. Este futuro
habla ya en cien signos; este destino se anuncia por doquier; para esta música
del porvenir ya están aguzadas todas las orejas. Toda nuestra cultura europea
se agita ya desde hace tiempo, con una tensión torturadora, bajo una angustia
que aumenta de década en década, como si se encaminara a una catástrofe;
intranquila, violenta, atropellada, semejante a un torrente que quiere llegar
cuanto antes a su fin, que ya no reflexiona, que teme reflexionar[2]
En los
años sesenta, especialmente en Norteamérica, una serie de teólogos reformados,
bautizados como Teología de la
secularización, Teología radical o de la Muerte de Dios, fueron conscientes
de este hecho incontestable y sacaron sus conclusiones. Sesenta años más han
pasado desde sus publicaciones.
Tras un lapso tan prolongado nos
preguntamos: ¿ha desaparecido del interés teórico el asunto de la muerte de Dios que tanto preocupó a aquella
teología? Parece, pasado tanto tiempo, un movimiento que tuvo una vida
relativamente efímera de “acontecimiento”, crítica y silencio. Para mí el
interés y la sorpresa mayúsculos provino del hecho de que aquellos teólogos
evangélicos hablaban mi mismo lenguaje. Advirtiendo que del común de los
mortales habían desaparecido las preocupaciones religiosas y que Dios ocupaba
un espacio marginal, o ni siquiera eso, en el transcurso de sus vidas y sus
reflexiones, me he preguntado durante muchos años qué había ocurrido aquí, y
mis fragmentarias respuestas sonaban con el mismo timbre, bajo el mismo
registro que las de aquellos religiosos. Es verdad que cuando yo trabajé
algunas de sus obras (Vahanian, Van Buren, Hamilton, Altizer,…), recogía de
ellos aquello que tenía que ver fundamentalmente con el trabajo doctoral, es
decir, cómo traían a Nietzsche a su discurso, lo que ocurría con cierta
frecuencia.
Pero las afirmaciones de estos teólogos –al
igual que las de otros que no tienen que ver con el movimiento del que estamos
hablando, como es el caso de Bernhard Welte[3]- iban
mucho más allá y mucho más adentro que el mero esclarecimiento teórico de un
tema académico y pasaban a tener un gran calado emocional y racional sobre mí.
**
Lo
que daba tanta plausibilidad a sus afirmaciones era el punto de partida, es
decir, mirar la realidad que los rodeaba con los ojos absolutamente despiertos,
sin legañas metafísicas de ningún tipo, acerca de lo que estaba pasando. Sin
miedo, y sin pasar a la defensiva como era tan habitual en la teología, eran
conscientes de lo siguiente:
-
Una
gran parte de los occidentales habían erradicado de su vida y de su pensamiento
las cuestiones religiosas. Dios no era una preocupación, ni tampoco el destino
del alma. Las mentes antes cristianas
se agarraban a otras preocupaciones completamente seculares.
-
El
mundo había alcanzado una especie de mayoría de edad. La autonomía de lo
secular era completa, respetable, admirable en muchas cosas, autosuficiente.
-
Si
bien el Evangelio y la ética cristianas eran para ellos válidos como el primer
día, el lenguaje religioso estaba
completamente desfasado, sonaba a cuento
chino a las mentes, cultas o no, de nuestro mundo desarrollado.
-
La
tesis de la muerte de Dios se había
cumplido rigurosamente, al margen de la creencia o duda de estos pensadores;
era una realidad nítida en el mundo.
-
No
era ya una negación beligerante, ni agresiva, ya no se trataba de un ateísmo anticristiano
y redentorista, sino una indiferencia general, una situación laica de
no-interés. El hombre y el mundo caminaban por otros derroteros y otras eran
sus preocupaciones: la política, la economía, la ciencia, etc.
Si todo esto era así, la pregunta obvia que
surgía decía: ¿cómo ha de actuar el cristiano en un mundo sin Dios y plenamente
autónomo? Naturalmente, no es lo mismo preguntarse estas cosas por parte de
individuos autónomos que por instituciones.
Lo digo porque la Iglesia católica vivía en esos años su propio aggiornamiento y también estaba
preguntándose por la forma de su comunicación religiosa y aceptando –por fin –
la madurez del mundo. Pero es evidente que sus soluciones eran colegiadas y
colectivas. Un teólogo reformado individual podía teorizar con otra autonomía
sobre estas cosas. Entonces, ¿cómo actuar como cristianos en esa realidad? Las
respuestas, o más bien los análisis, podían diferir de unos pensadores a otros,
pero la <<solución>> que los emparenta definitivamente es que el
cristianismo debía dar prioridad a la ética, a la acción en el mundo por encima del mensaje de salvación, y que el
ejemplo ético, ni siquiera desgastado por los siglos, sino todavía fresco y
útil era la imitación de la acción de Jesús entre los hombres.
Entrar a valorar si los posicionamientos de
esta teología llevaban o implicaban un ateísmo teórico, o práctico, renunciaban
a un caudal de fe y de tradición valiosísimo, de ética de la intención, de
ausencia de una fe normativa, etc., constituyen otro tipo de cuestiones.
***
Veamos
un poco algunas objeciones que se ponían a la Teología radical por parte de
otros teólogos ajenos, pero ponderados en sus juicios.
Juan Ochagavía[4], por ejemplo, hablaba de “luces y sombras”, lo que ya nos indica
que el juicio acerca de estos teóricos era siempre ambivalente. Su artículo
gira en torno al proceso histórico de la secularización, pero buena parte de él
se dedica precisamente a estos teólogos. Admitiendo la pluralidad de esta
teología y admitiendo a su vez lo positivo del secularismo, sus objeciones se
resumen en la idea de que, si bien es absolutamente positivo que el modelo de
actuación sea Cristo y que la acción del cristiano en el mundo es imitarlo
(esto sería lo bueno de esta teología), también es cierto que puede perderse
toda fe por reducción a una mera ética; cuando resulta esencial no olvidar dos cosas: que las “verdades antiguas no pueden ser olvidadas”,
citando a Schillebeeckx[5] y que siendo “cierto también que el cristianismo encuentra
a Dios en el prójimo y que el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo
[…] no es menos cierto que el amor al prójimo no nace de nosotros ni se detiene
en el prójimo, sino que se alimenta de
Dios y en Él descansa”[6]
Atendamos ahora al análisis que hizo en su
tiempo José Luis Illanes. Al final de
un análisis interesante y muy documentado, al que hay que agradecer también la
mesura de sus juicios, el teólogo aporta lo que considera sus “objeciones”, los
problemas que ve en esta teología. Uno de ellos que entiendo fundamental para
él es el lugar en que queda la Iglesia en este proceso:
Hay el peligro, sin embargo, de caer en un
antiestructuralismo, que disuelva la figura de la Iglesia, y, en las posturas
extremas, que afirman que lo divino es inmanente a lo humano, de decretar la
desaparición de lo sagrado como realidad autónoma y por tanto de la Iglesia en
cuanto tal[7]
Junto a las “aportaciones” señala peligros
como el que refiere al obispo Robinson, concretamente el de “reducir la moral a una moral de intenciones
o actitudes, prescindiendo casi por entero de los contenidos éticos del obrar” (Ibíd).
Respecto a Dios es importante considerar
estas reflexiones: es un peligro general –entiende- de cierta teología
protestante radicalizar la idea de la kénosis
divina, entendida como renuncia de Dios a su divinidad. La consecuencia de
hacer a Dios inmanente a la historia, “inaugura
una nueva humanidad liberada de todas las normas y significados trascendentes” (p.
202), citando directamente a Altizer.
En realidad, Illanes extiende sus objeciones
a todo un devenir de la teología protestante cuyos padres son Tillich, Barth y
Bultmann (Neo-Ortodoxia o Teología dogmática), afirmando que:
Una de las ideas centrales de la teología dialéctica es
precisamente que la Palabra de Dios no puede ser captada por ninguna palabra
humana que la exprese. Todo intento de manifestar a Dios o de señalar vías
humanas que nos conduzcan a Él, quedan pues totalmente excluidas. Al obrar así, la teología dialéctica se
coloca en un círculo cerrado, del que, a modo de estallido, puede salir la
“muerte de Dios”[8]
****
Vamos a buscar ahora la conexión de las ideas de
la teología de la muerte de Dios con el
punto de vista, más de cuarenta años después, del filósofo italiano Gianni
Vattimo en algunas de sus obras, especialmente en Después de la Cristiandad. Por un cristianismo no religioso[9]. No pretendemos evidentemente que las
conclusiones, que a nuestro juicio tienen aspectos similares en aquellos
teólogos y en este filósofo, procedan de una influencia directa de aquellos sobre este,
dado que Vattimo tiene otros puntos de partida (básicamente Nietzsche,
presente en aquellos, y Heidegger) más estrictamente filosóficos; y, además, la
referencia y la proximidad de la Iglesia católica, de la “comunidad católica”
que es la que tiene que re-definir sus contenidos cristianos, es una presencia
constante en el filósofo turinés. No obstante, por caminos diferentes, hay
algunas conclusiones en ambos mundos de reflexiones que me parece interesante
poner frente a frente.
Sin duda
el gran asunto que hay que examinar es el de la <<muerte de Dios>>
que desde presupuestos no coincidentes es afirmada por aquellos y este.
Escuchemos a Thomas Altizer:
Nos limitaremos a asumir la verdad de la proclamación
nietzscheana de la muerte de Dios, verdad que hasta ahora ha sido ignorada y
dejada a un lado por la teología contemporánea. Esto quiere decir que
concebiremos la muerte de Dios como acontecimiento histórico: Dios ha muerto en
nuestra época, en nuestra historia y en nuestra existencia […] En tal situación, una afirmación de las
formas tradicionales de la fe se convierte en una evasión gnóstica de la brutal
realidad de la historia[10]
Por
su parte, afirma Hamilton:
La muerte de Dios es
un acontecimiento público de nuestra historia[11]
En
el caso de G. Vattimo también es innegable esa muerte. Lo importante es qué es, en realidad, lo que muere. Y lo
que muere es el “Dios moral”, el dios de la metafísica. Siempre ronda por aquí
la famosa cita de Nietzsche: “En el fondo
sólo el Dios moral es superado”[12].
Acudiendo a dos referencias esenciales para el turinés: la muerte del Dios moral de Nietzsche y el final de la metafísica de
Heidegger, el pensamiento débil comprende que se ha producido un bien para el
cristianismo: el final de toda la teología y metafísica fuertes, represoras, alienadoras, que enturbiaban el mensaje
límpido del maestro Jesús:
Lo que significa el anuncio nietzscheano de la muerte de
Dios es de todos conocido. La creencia en Dios ha sido un poderoso factor de
racionalización y disciplina, que ha permitido al hombre salir de la selva
primitiva del bellum omnium contra omnes, y ha favorecido también la
constitución de una visión «científica» del mundo que abre el camino a la
técnica cuyos efectos son asegurar y facilitar la existencia. Justamente por
eso el hombre «civil» de hoy no necesita ya la creencia en Dios, y esta creencia
se reconoce como una mentira inútil y obsoleta precisamente por parte de
aquellos a los que, en nombre suyo, se les ha mandado siempre no mentir. Por
eso han sido los fieles los que han matado a Dios, según Nietzsche; pero mucho
más que en este sentido literal, la afirmación se debe leer en relación con el
hecho de que ha sido el aligeramiento general de la condición humana —
determinado por la racionalización de la existencia ligada originariamente a la
creencia en Dios — lo que ha hecho inútil y obsoleta la «hipótesis extrema» de
un ser supremo, fundamento y fin último del devenir del mundo.
Gracias a esta “secularización” definitiva el
cristianismo tiene la oportunidad de construirse horizontalmente y en
fraternidad, sin más ley que la cáritas.
Como vemos, no estamos lejos de las interpretaciones de la misión del
cristianismo presente que hacían los teólogos de la muerte de Dios.
En definitiva la lección que podemos aprender
de ambos pensamientos (intentando no cercenar su pluralidad) sería:
-
Reconocer
la verdad de la afirmación de que el mundo, en su inmensa mayoría, ha dado la
espalda a Dios y a la religión, y ya no forman parte de la estructura ni del
proyecto de su existencia.
-
Que,
pese a recoger el más bello de los tesoros y acogerlo durante siglos, el
mensaje evangélico, el cristianismo oficial se fue conformando históricamente
también sin duda como una entidad fuerte, impositora de ‘verdades’ metafísicas
y morales que elevó a la categoría de <<verdad>>, excluyendo y
condenando a los no coincidentes con ella, lo que conllevó el sufrimiento de
millones de seres durante siglos.
-
Que
es necesario buscar y encontrar un núcleo esencial de verdades y actitudes
cristianas con las que se persuada a un mundo mayor de edad, el cual posee
contraverdades y formas de vida autónomas y respetables al margen de la religión.
-
Que
ese núcleo se encuentra en el mensaje original de las parábolas y en el Sermón de la Montaña y que no necesita
el ropaje dogmático e intolerante de la metafísica tradicional.
-
Que
la Iglesia institucional, que encontró su modelo de renovación en el concilio Vaticano
II, profundizando y no alejándose de él, puede y debe encontrar un lugar
positivo de acción en el mundo; y no solamente como acción fraterna y solidaria
sino reivindicando y ejecutando sin pretensiones de verdad absoluta y sin
imposiciones muchos de sus ritos y creencias de sentido que han ayudado, y
mucho, a vivir a la humanidad.
[1] Citado en El hombre rebelde, p. 96.
[2] Nietzsche, La voluntad de poder, Prefacio, #2.
[3] Singularmente ese
pequeño librito titulado El ateísmo de
Nietzsche y el cristianismo, Madrid, Taurus, 1962.
[4]
Ochagavía, S.J., “El proceso de secularización: luces y sombras. https://repositorio.uc.cl/handle/11534/15504. Fecha de
publicación. 1967. ISSN. 0049-3449.
[5] La cita completa de
Schillebeeckx dice: “Cualquier evidencia nueva, intensa y existencialmente
vivida –como es la secularidad en nuestros días-, no puede volvernos ciegos con
respecto a evidencias más antiguas: las cuales, para ser vividas también
auténticamente, han de ser “reactivadas” a partir de sus misma experiencia
original; es decir, han de ser redescubiertas. Si la modernidad exige una
profunda conversión de nuestra vida cristiana, hemos de ejercitar también esta conversión a nivel aún más profundo
respecto a aquellas verdades antiguas que no pueden ser olvidadas por nosotros,
ya que responden a esta misma autenticidad cristiana a la que nos fuerza la
misma orientación secular de nuestros
días”. Ochagavía, El proceso de
secularización…., p.288. La cita de Schillebeeckx procede de “La
Secularidad Cristiana”, Selecciones de
Teología (1967), nº 22, pp. 174-175.
[6] Ochagavía, op. cit., p. 290. [La negrita es
nuestra]
[7] Illanes, J. L., “La secularización en la
teología anglosajona contemporánea”, p. 208, Scripta Theologica. 1969, Vol 1
(1), p: 189-211. En https://dadun.unav.edu/handle/10171/12019
[8] Illanes, J. L., “La
secularización…”, p. 209.
[9] Barcelona, Paidós, 2003.
[10] Hamilton, W. y Altizer, J.
J., Teología radical y la muerte de Dios,
Barcelona, Grijalbo, 1967, pp. 119-120. [La negrita es nuestra]
[11] Ibíd., p. 65.
[12] Recordemos la célebre
sentencia de Más allá del bien y
del mal: ”Jesús dijo a sus discípulos: ¡qué nos
importa a nosotros la moral, los hijos de Dios!”
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