PÁGINAS

miércoles, 10 de agosto de 2022

ACERCA DEL LENGUAJE VÁLIDO PARA CON DIOS

 

"No volverás a rezar jamás, no volverás a adorar, no volverás jamás a descansar en una confianza ilimitada; te negarás a detenerte ante una sabiduría postrera, una última bondad, una última potencia y a desenjaezar tus pensamientos: -no tendrás guardián ni amigo que te acompañe a todas horas en tus siete soledades: -vivirás sin una escapatoria hacia esa montaña, nevada en la cumbre, con fuego en las entrañas; no habrá para ti remunerador ni corrector que dé la última mano, ni habrá tampoco razón en lo que acontezca, ni amor en lo que te suceda; tu corazón no tendrá asilo donde no encuentre más que reposo ni tenga más que buscar! Te defenderás contra una paz última, querrás el eterno retorno de la guerra y la paz: -hombre del renunciamiento, ¿querrás renunciar a todo esto? ¿Quién te dará fuerzas para ello? ¡Hasta ahora nadie ha tenido esa fuerza!". Hay un lago que un día no quiso desbordarse y construyó un dique en el lugar por donde se derramaba; desde entonces el nivel del lago se eleva cada día más. Quizás aquel renunciamiento nos dará la fuerza necesaria para soportar el renunciamiento; quizás el hombre se elevará más cada día desde el instante en que deje de desbordarse en el seno de un Dios".

 

<<Excelsior>>, La Gaya Ciencia

 

E

ste maravilloso texto de La gaya ciencia, mucho menos citado que el famoso aforismo 125 del mismo libro, nos proporciona una introducción a los planteamientos que siguen. El lago que se derrama, como el loco  del #125 que busca a Dios con una linterna en pleno día, dejan al lector un sabor agridulce en la boca, una lengua seca y áspera a la vez, por el miedo y la promesa gigantescos que la <<muerte de Dios>> significan. Vivir a partir de ahora asumiendo esa muerte no va a ser fácil. Camus también se dio cuenta de ello al citar al filósofo alemán: “si no hacemos de la muerte de Dios un gran renunciamiento y una perpetua victoria sobre nosotros mismos, tendremos que pagar esa pérdida”[1]. Asumir la realidad fáctica de la muerte de Dios implica un largo y angustioso proceso; una duración prolongada, dos siglos tal vez, el nihilismo. Generaciones de europeos ya han vivido y viven ese proceso:

Lo que cuento es la historia de los dos próximos siglos. Describe lo que sucederá, lo que no podrá suceder de otra manera: la llegada del nihilismo. Esta historia ya puede contarse ahora, porque la necesidad misma está aquí en acción. Este futuro habla ya en cien signos; este destino se anuncia por doquier; para esta música del porvenir ya están aguzadas todas las orejas. Toda nuestra cultura europea se agita ya desde hace tiempo, con una tensión torturadora, bajo una angustia que aumenta de década en década, como si se encaminara a una catástrofe; intranquila, violenta, atropellada, semejante a un torrente que quiere llegar cuanto antes a su fin, que ya no reflexiona, que teme reflexionar[2]

 

   En los años sesenta, especialmente en Norteamérica, una serie de teólogos reformados, bautizados como Teología de la secularización, Teología radical o de la Muerte de Dios, fueron conscientes de este hecho incontestable y sacaron sus conclusiones. Sesenta años más han pasado desde sus publicaciones.

   Tras un lapso tan prolongado nos preguntamos: ¿ha desaparecido del interés teórico el asunto de la muerte de Dios que tanto preocupó a aquella teología? Parece, pasado tanto tiempo, un movimiento que tuvo una vida relativamente efímera de “acontecimiento”, crítica y silencio. Para mí el interés y la sorpresa mayúsculos provino del hecho de que aquellos teólogos evangélicos hablaban mi mismo lenguaje. Advirtiendo que del común de los mortales habían desaparecido las preocupaciones religiosas y que Dios ocupaba un espacio marginal, o ni siquiera eso, en el transcurso de sus vidas y sus reflexiones, me he preguntado durante muchos años qué había ocurrido aquí, y mis fragmentarias respuestas sonaban con el mismo timbre, bajo el mismo registro que las de aquellos religiosos. Es verdad que cuando yo trabajé algunas de sus obras (Vahanian, Van Buren, Hamilton, Altizer,…), recogía de ellos aquello que tenía que ver fundamentalmente con el trabajo doctoral, es decir, cómo traían a Nietzsche a su discurso, lo que ocurría con cierta frecuencia.

   Pero las afirmaciones de estos teólogos –al igual que las de otros que no tienen que ver con el movimiento del que estamos hablando, como es el caso de Bernhard Welte[3]- iban mucho más allá y mucho más adentro que el mero esclarecimiento teórico de un tema académico y pasaban a tener un gran calado emocional y racional sobre mí.

 

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Lo que daba tanta plausibilidad a sus afirmaciones era el punto de partida, es decir, mirar la realidad que los rodeaba con los ojos absolutamente despiertos, sin legañas metafísicas de ningún tipo, acerca de lo que estaba pasando. Sin miedo, y sin pasar a la defensiva como era tan habitual en la teología, eran conscientes de lo siguiente:

-      Una gran parte de los occidentales habían erradicado de su vida y de su pensamiento las cuestiones religiosas. Dios no era una preocupación, ni tampoco el destino del alma. Las mentes antes cristianas se agarraban a otras preocupaciones completamente seculares.

-      El mundo había alcanzado una especie de mayoría de edad. La autonomía de lo secular era completa, respetable, admirable en muchas cosas, autosuficiente.

-      Si bien el Evangelio y la ética cristianas eran para ellos válidos como el primer día, el lenguaje religioso estaba completamente desfasado, sonaba a cuento chino a las mentes, cultas o no, de nuestro mundo desarrollado.

-      La tesis de la muerte de Dios se había cumplido rigurosamente, al margen de la creencia o duda de estos pensadores; era una realidad nítida en el mundo.

-      No era ya una negación beligerante, ni agresiva, ya no se trataba de un ateísmo anticristiano y redentorista, sino una indiferencia general, una situación laica de no-interés. El hombre y el mundo caminaban por otros derroteros y otras eran sus preocupaciones: la política, la economía, la ciencia, etc.

   Si todo esto era así, la pregunta obvia que surgía decía: ¿cómo ha de actuar el cristiano en un mundo sin Dios y plenamente autónomo? Naturalmente, no es lo mismo preguntarse estas cosas por parte de individuos autónomos que por instituciones. Lo digo porque la Iglesia católica vivía en esos años su propio aggiornamiento y también estaba preguntándose por la forma de su comunicación religiosa y aceptando –por fin – la madurez del mundo. Pero es evidente que sus soluciones eran colegiadas y colectivas. Un teólogo reformado individual podía teorizar con otra autonomía sobre estas cosas. Entonces, ¿cómo actuar como cristianos en esa realidad? Las respuestas, o más bien los análisis, podían diferir de unos pensadores a otros, pero la <<solución>> que los emparenta definitivamente es que el cristianismo debía dar prioridad a la ética, a la acción en el mundo por encima del mensaje de salvación, y que el ejemplo ético, ni siquiera desgastado por los siglos, sino todavía fresco y útil era la imitación de la acción de Jesús entre los hombres.

   Entrar a valorar si los posicionamientos de esta teología llevaban o implicaban un ateísmo teórico, o práctico, renunciaban a un caudal de fe y de tradición valiosísimo, de ética de la intención, de ausencia de una fe normativa, etc., constituyen otro tipo de cuestiones.

 

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Veamos un poco algunas objeciones que se ponían a la Teología radical por parte de otros teólogos ajenos, pero ponderados en sus juicios.

   Juan Ochagavía[4], por ejemplo, hablaba de “luces y sombras”, lo que ya nos indica que el juicio acerca de estos teóricos era siempre ambivalente. Su artículo gira en torno al proceso histórico de la secularización, pero buena parte de él se dedica precisamente a estos teólogos. Admitiendo la pluralidad de esta teología y admitiendo a su vez lo positivo del secularismo, sus objeciones se resumen en la idea de que, si bien es absolutamente positivo que el modelo de actuación sea Cristo y que la acción del cristiano en el mundo es imitarlo (esto sería lo bueno de esta teología), también es cierto que puede perderse toda fe por reducción a una mera ética; cuando resulta esencial no olvidar dos cosas: que las “verdades antiguas no pueden ser olvidadas”, citando a Schillebeeckx[5] y que siendo “cierto también que el cristianismo encuentra a Dios en el prójimo y que el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo […] no es menos cierto que el amor al prójimo no nace de nosotros ni se detiene en el prójimo, sino que se alimenta de Dios y en Él descansa[6]

   Atendamos ahora al análisis que hizo en su tiempo José Luis Illanes. Al final de un análisis interesante y muy documentado, al que hay que agradecer también la mesura de sus juicios, el teólogo aporta lo que considera sus “objeciones”, los problemas que ve en esta teología. Uno de ellos que entiendo fundamental para él es el lugar en que queda la Iglesia en este proceso:

Hay el peligro, sin embargo, de caer en un antiestructuralismo, que disuelva la figura de la Iglesia, y, en las posturas extremas, que afirman que lo divino es inmanente a lo humano, de decretar la desaparición de lo sagrado como realidad autónoma y por tanto de la Iglesia en cuanto tal[7]

  Junto a las “aportaciones” señala peligros como el que refiere al obispo Robinson, concretamente el de “reducir la moral a una moral de intenciones o actitudes, prescindiendo casi por entero de los contenidos éticos del obrar” (Ibíd).

   Respecto a Dios es importante considerar estas reflexiones: es un peligro general –entiende- de cierta teología protestante radicalizar la idea de la kénosis divina, entendida como renuncia de Dios a su divinidad. La consecuencia de hacer a Dios inmanente a la historia, “inaugura una nueva humanidad liberada de todas las normas y significados trascendentes” (p. 202), citando directamente a Altizer.

   En realidad, Illanes extiende sus objeciones a todo un devenir de la teología protestante cuyos padres son Tillich, Barth y Bultmann (Neo-Ortodoxia o Teología dogmática), afirmando que:

Una de las ideas centrales de la teología dialéctica es precisamente que la Palabra de Dios no puede ser captada por ninguna palabra humana que la exprese. Todo intento de manifestar a Dios o de señalar vías humanas que nos conduzcan a Él, quedan pues totalmente excluidas. Al obrar así, la teología dialéctica se coloca en un círculo cerrado, del que, a modo de estallido, puede salir la “muerte de Dios”[8]

 

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Vamos a buscar ahora la conexión de las ideas de la teología de la muerte de Dios  con el punto de vista, más de cuarenta años después, del filósofo italiano Gianni Vattimo en algunas de sus obras, especialmente en Después de la Cristiandad. Por un cristianismo no religioso[9]. No pretendemos evidentemente que las conclusiones, que a nuestro juicio tienen aspectos similares en aquellos teólogos y en este filósofo, procedan de una influencia directa de aquellos sobre este,  dado que Vattimo tiene otros puntos de partida (básicamente Nietzsche, presente en aquellos, y Heidegger) más estrictamente filosóficos; y, además, la referencia y la proximidad de la Iglesia católica, de la “comunidad católica” que es la que tiene que re-definir sus contenidos cristianos, es una presencia constante en el filósofo turinés. No obstante, por caminos diferentes, hay algunas conclusiones en ambos mundos de reflexiones que me parece interesante poner frente a frente.

   Sin duda el gran asunto que hay que examinar es el de la <<muerte de Dios>> que desde presupuestos no coincidentes es afirmada por aquellos y este. Escuchemos a Thomas Altizer:

Nos limitaremos a asumir la verdad de la proclamación nietzscheana de la muerte de Dios, verdad que hasta ahora ha sido ignorada y dejada a un lado por la teología contemporánea. Esto quiere decir que concebiremos la muerte de Dios como acontecimiento histórico: Dios ha muerto en nuestra época, en nuestra historia y en nuestra existencia […] En tal situación, una afirmación de las formas tradicionales de la fe se convierte en una evasión gnóstica de la brutal realidad de la historia[10]

 

Por su parte, afirma Hamilton:

La  muerte de Dios es un acontecimiento público de nuestra historia[11]

 

En el caso de G. Vattimo también es innegable esa muerte. Lo importante es qué es, en realidad, lo que muere. Y lo que muere es el “Dios moral”, el dios de la metafísica. Siempre ronda por aquí la famosa cita de Nietzsche: “En el fondo sólo el Dios moral es superado”[12]. Acudiendo a dos referencias esenciales para el turinés: la muerte del Dios moral de Nietzsche y el final de la metafísica de Heidegger, el pensamiento débil comprende que se ha producido un bien para el cristianismo: el final de toda la teología y metafísica fuertes, represoras, alienadoras, que enturbiaban el mensaje límpido del maestro Jesús:

Lo que significa el anuncio nietzscheano de la muerte de Dios es de todos conocido. La creencia en Dios ha sido un poderoso factor de racionalización y disciplina, que ha permitido al hombre salir de la selva primitiva del bellum omnium contra omnes, y ha favorecido también la constitución de una visión «científica» del mundo que abre el camino a la técnica cuyos efectos son asegurar y facilitar la existencia. Justamente por eso el hombre «civil» de hoy no necesita ya la creencia en Dios, y esta creencia se reconoce como una mentira inútil y obsoleta precisamente por parte de aquellos a los que, en nombre suyo, se les ha mandado siempre no mentir. Por eso han sido los fieles los que han matado a Dios, según Nietzsche; pero mucho más que en este sentido literal, la afirmación se debe leer en relación con el hecho de que ha sido el aligeramiento general de la condición humana — determinado por la racionalización de la existencia ligada originariamente a la creencia en Dios — lo que ha hecho inútil y obsoleta la «hipótesis extrema» de un ser supremo, fundamento y fin último del devenir del mundo.

 

 Gracias a esta “secularización” definitiva el cristianismo tiene la oportunidad de construirse horizontalmente y en fraternidad, sin más ley que la cáritas. Como vemos, no estamos lejos de las interpretaciones de la misión del cristianismo presente que hacían los teólogos de la muerte de Dios.

   En definitiva la lección que podemos aprender de ambos pensamientos (intentando no cercenar su pluralidad) sería:

-      Reconocer la verdad de la afirmación de que el mundo, en su inmensa mayoría, ha dado la espalda a Dios y a la religión, y ya no forman parte de la estructura ni del proyecto de su existencia.

-      Que, pese a recoger el más bello de los tesoros y acogerlo durante siglos, el mensaje evangélico, el cristianismo oficial se fue conformando históricamente también sin duda como una entidad fuerte, impositora de ‘verdades’ metafísicas y morales que elevó a la categoría de <<verdad>>, excluyendo y condenando a los no coincidentes con ella, lo que conllevó el sufrimiento de millones de seres durante siglos.

-      Que es necesario buscar y encontrar un núcleo esencial de verdades y actitudes cristianas con las que se persuada a un mundo mayor de edad, el cual posee contraverdades y formas de vida autónomas y respetables al margen de la religión.

-      Que ese núcleo se encuentra en el mensaje original de las parábolas y en el Sermón de la Montaña y que no necesita el ropaje dogmático e intolerante de la metafísica tradicional.

-      Que la Iglesia institucional, que encontró su modelo de renovación en el concilio Vaticano II, profundizando y no alejándose de él, puede y debe encontrar un lugar positivo de acción en el mundo; y no solamente como acción fraterna y solidaria sino reivindicando y ejecutando sin pretensiones de verdad absoluta y sin imposiciones muchos de sus ritos y creencias de sentido que han ayudado, y mucho, a vivir a la humanidad.



[1] Citado en El hombre rebelde, p. 96.

[2] Nietzsche, La voluntad de poder, Prefacio, #2.

[3] Singularmente ese pequeño librito titulado El ateísmo de Nietzsche y el cristianismo, Madrid, Taurus, 1962.

[4] Ochagavía, S.J., “El proceso de secularización: luces y sombras. https://repositorio.uc.cl/handle/11534/15504. Fecha de publicación. 1967. ISSN. 0049-3449.

[5] La cita completa de Schillebeeckx dice: “Cualquier evidencia nueva, intensa y existencialmente vivida –como es la secularidad en nuestros días-, no puede volvernos ciegos con respecto a evidencias más antiguas: las cuales, para ser vividas también auténticamente, han de ser “reactivadas” a partir de sus misma experiencia original; es decir, han de ser redescubiertas. Si la modernidad exige una profunda conversión de nuestra vida cristiana, hemos de ejercitar también esta conversión a nivel aún más profundo respecto a aquellas verdades antiguas que no pueden ser olvidadas por nosotros, ya que responden a esta misma autenticidad cristiana a la que nos fuerza la misma orientación secular de nuestros días”. Ochagavía, El proceso de secularización…., p.288. La cita de Schillebeeckx procede de “La Secularidad Cristiana”, Selecciones de Teología (1967), nº 22, pp. 174-175.

[6] Ochagavía, op. cit., p. 290. [La negrita es nuestra]

[7] Illanes, J. L., “La secularización en la teología anglosajona contemporánea”, p. 208, Scripta Theologica. 1969, Vol 1 (1), p: 189-211. En https://dadun.unav.edu/handle/10171/12019

[8] Illanes, J. L., “La secularización…”, p. 209.

[9] Barcelona, Paidós, 2003.

[10] Hamilton, W. y Altizer, J. J., Teología radical y la muerte de Dios, Barcelona, Grijalbo, 1967, pp. 119-120. [La negrita es nuestra]

[11] Ibíd., p. 65.

[12] Recordemos la célebre sentencia de Más allá del bien y del mal: Jesús dijo a sus discípulos: ¡qué nos importa a nosotros la moral, los hijos de Dios!”

EL CANON DEL PROGRESO

 



T

odavía, por lo visto, se mantienen intactos en algunos ámbitos rígidos modelos de adscripción y clasificación de los pensadores del pasado. Sin duda, lo primero para que una clasificación sea rigurosa será disponer de claridad conceptual en los recipientes que han de incluir a los tales pensadores. Quizá en otros ámbitos de la taxonomía se pueda perdonar cierta inconcreción de los continentes. Por ejemplo, en música a veces parece que una creación, un disco, pueda caber en cestas varias, dobles e incluso triples. Así, decimos que un LP cabe en el formato jazz-soul-funk y no pasa nada. ¿Pero, qué ocurre cuando se trata de adscribir un pensamiento a uno de estos dos espacios: “reacción-conservadurismo” o “progreso-emancipación”? ¿No podemos ser igual de laxos que con la música, hay necesariamente que meter a un filósofo solo en el recipiente de la reacción o solo en el de la emancipación? ¿Es necesaria a estas alturas tal rigidez clasificatoria, no hay en el ámbito de las ideas géneros fluidos?

   Digo esto a propósito de la reciente lectura de un artículo de G. Cano[1] donde hace la evaluación crítica de un reciente libro de Jorge Polo Blanco titulado, significativamente, Anti-Nietzsche, la crueldad de lo político[2]. Unos años antes parece que también tuvo éxito la obra de Nicolás González Varela, titulada Nietzsche, contra la democracia[3].

   Aunque la crítica de Cano va por otros derroteros, haciendo hincapié en los vaivenes histórico-filosóficos en la recepción/evaluación de Nietzsche, que han conocido modas de izquierda y derecha –y es, desde luego, una crítica que podemos respaldar plenamente-, el hecho en sí de que en estos tiempos se produzcan tales juicios sumarios sobre obras complejas da que pensar. En principio, parece que estas dos obras antinietzscheanas se escriben desde presupuestos marxistas. Y así se interpreta, basándose en textos naturalmente, el carácter burgués, antisocialista, antidemocrático y pro-aristocrático del pensador. No seremos nosotros quienes neguemos que se pueda hacer esa lectura del filósofo, pero es sin duda profundamente incompleta. Si el juicio se hace desde el marxismo, cabe preguntar qué tradiciones de pensamiento marxista son plenamente emancipatorias. ¿Todas? ¿Toda la tradición de pensadores marxistas es liberadora, aquí no hay que hacer expurgo? Pero la pregunta se torna más general: ¿no es posible que un autor rico y prolífico presente textos que pueden ser liberadores, útiles al progreso y textos que suenen plenamente inaceptables? ¿Es necesaria la pureza total de pensamiento, haber pasado cierto juicio de Dios, para que cada palabra resulte impoluta y pueda incorporarse al carro de los liberadores de la humanidad? ¿No se puede ser liberador haciendo crítica de los liberadores? Es por aquí donde se presenta la principal objeción de G. Cano contra el Anti-Nietzsche: ¿y si la crítica de Nietzsche a los supuestos hechos y personajes de progreso habría ocurrido porque tales hechos y personajes, con ropajes modernos, portaban y aportaban sin embargo la más antigua de las virtudes reaccionarias, la moral tradicional metafísica del resentimiento? ¿No es posible que bajo estos presupuestos Nietzsche viera una falsa liberación, una falsa conciencia de liberación, y que el tiempo –en esto también ha insistido M. Foucault- hubiera evidenciado que no han producido (ni revoluciones ni pensadores revolucionarios) ninguna auténtica liberación ni del hombre singular ni de las sociedades humanas; y qué por tanto, los términos del cambio social, deben pensarse bajo otros supuestos?

   Me parece que a estas alturas el trabajo intelectual ha de hilar más fino a la hora de aceptar o rechazar autores del pasado. Ocurre con Nietzsche como ha ocurrido con otros grandes pensadores que de ningún modo el pensamiento de izquierda debería rechazar, sino incorporar a su caudal ideológico: Walter Benjamin estuvo bajo sospecha: su materialismo tendía demasiado a introducir lo místico; Arendt era demasiado dependiente de la situación cultural de la guerra fría; se consideró por los pensadores marxistas franceses que Las palabras y las cosas era un libro de derechas, etc. Los autores del pasado difícilmente pueden ser incorporados a los proyectos de progreso del presente si solo se hace de ellos una lectura de conveniencia o utilidad política. ¿Por qué no pensar que forman parte –también muchos “conservadores”- de la larga lista de quienes han ampliado las expectativas del espíritu, incluso para provocar por la naturaleza de su pensamiento, reacciones fructíferas de otro signo. Es absurdo renunciar a Kant, como lo es rechazar sin más los pensamientos de Platón, Aristóteles, Agustín o Tomás de Aquino. Cada uno en su medida, incluso en oposición a ellos, conlleva la afinación del pensamiento humano. Y Nietzsche no es una excepción. Todas las lecturas fragmentarias son posibles, pero siendo este el planteamiento esencial de todo el pensamiento Nietzscheano: ¿cómo liberar al ser humano de la cadena perpetua de la culpa acumulada por individuos y generaciones?, ningún pensamiento de progreso podrá, aunque rechace muchos otros presupuestos, desechar una intención liberadora de los más profundos resortes del sufrimiento, tan potentes al menos como las opresiones producto de las condiciones de alienación socioeconómicas. Solo por ello –y hay muchas más cuestiones para aceptar a Nietzsche entre los nuestros, entre las que su desprecio de la sociedad burguesa, mercantilizada, acultural, imperialista, donde los hombres tienen su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche- merece formar parte del pelotón histórico de los mejoradores de la vida humana.



[1] G. Cano,……………………………

[2] Taugenit S. L., 2020. Edición digital.

[3] Montesinos, 2010.

MERCANCÍAS FICTICIAS. RECUPERANDO A POLANYI

El cuaderno 216 de CJ (Cristianisme i Justicia) dedica su análisis que llama "Mercancías Ficticias" a recuperar la figura...