PÁGINAS

miércoles, 13 de mayo de 2020


PASIÓN, 1969


Puede gustar más o menos, no entro en eso, el cine de Ingmar Bergman mas, lo que no podrá negársele, es coherencia. No entremos ahora en la coherencia “formal” o estilística sino en la temática. La visión tardía por mi parte de Pasión respecto a otros films suyos que vi hace varias décadas, puede ser una buena ocasión para comprobar si la “impresión” que siempre me ha producido su cine, en cuanto a sus “temas” esenciales se mantiene o modifica. Quien no hubiera visto nada de su cine y no conociera sus antecedentes ¿qué observaría en Pasión? El problema de la comunicación humana, su intrínseca dificultad; la plural actitud de los personajes que parecen mantener varios registros de consciencia, a menudo de autoengaño, que Bergman sabe mostrar como nadie; la inevitabilidad a la vez que la inestabilidad de las pasiones humanas, que siempre tienen un componente autodestructivo; la casi segura ausencia de proyecto vital coherente; la sofisticación como cortina encubridora de latidos pulsionales más profundos...

 También advertiría, seguramente, lo que para mí es un gran acierto de su trabajo: mostrar sin enjuiciar, ver una suerte de fatalidad en las existencias; fatalidad que puede provenir de acontecimientos inesperados (un accidente)o fatalidad que proviene de la íntima manera de ser. No hay personajes “mejores” o “peores” en Bergman, hay seres limitados, no plenamente dominadores de sí mismos; hay convenciones, personajes más “burgueses” (Erland Josephson) que seguramente pueden resultarnos menos “simpáticos”, pero no hay juicios del director y no hay remisión a trascendencia alguna, como pudo haberla (como interrogación, naturalmente, no como afirmación) en su etapa de los sesenta conocida como la trilogía sobre el silencio de Dios (Los comulgantes, Como en un espejo, El silencio).
Las metáforas de animales –como alguien ha señalado con acierto- constituyen un maravilloso trasunto de los interiores de las humanas almas de los cuatro excelentes actores.

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