PASIÓN, 1969
Puede gustar más o menos, no entro en eso, el cine de Ingmar Bergman mas, lo que no podrá negársele, es
coherencia. No entremos ahora en la coherencia “formal” o estilística sino en
la temática. La visión tardía por mi parte de Pasión respecto a otros films suyos que vi hace varias décadas,
puede ser una buena ocasión para comprobar si la “impresión” que siempre me ha
producido su cine, en cuanto a sus “temas” esenciales se mantiene o modifica. Quien
no hubiera visto nada de su cine y no conociera sus antecedentes ¿qué
observaría en Pasión? El problema de
la comunicación humana, su intrínseca dificultad; la plural actitud de los
personajes que parecen mantener varios registros de consciencia, a menudo de
autoengaño, que Bergman sabe mostrar como nadie; la inevitabilidad a la vez que
la inestabilidad de las pasiones humanas, que siempre tienen un componente
autodestructivo; la casi segura ausencia de proyecto vital coherente; la
sofisticación como cortina encubridora de latidos pulsionales más profundos...
También advertiría, seguramente, lo que para mí
es un gran acierto de su trabajo: mostrar sin enjuiciar, ver una suerte de
fatalidad en las existencias; fatalidad que puede provenir de acontecimientos
inesperados (un accidente)o fatalidad que proviene de la íntima manera de ser.
No hay personajes “mejores” o “peores” en Bergman, hay seres limitados, no
plenamente dominadores de sí mismos; hay convenciones, personajes más “burgueses”
(Erland Josephson) que seguramente pueden resultarnos menos “simpáticos”, pero
no hay juicios del director y no hay remisión a trascendencia alguna, como pudo
haberla (como interrogación, naturalmente, no como afirmación) en su etapa de
los sesenta conocida como la trilogía
sobre el silencio de Dios (Los
comulgantes, Como en un espejo, El silencio).
Las metáforas de
animales –como alguien ha señalado con acierto- constituyen un maravilloso trasunto
de los interiores de las humanas almas de los cuatro excelentes actores.
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