PÁGINAS

lunes, 3 de octubre de 2022

DE LA VERDAD EN EL ARTE

 

El arte, al contrario que otras disciplinas de la cultura humana –la filosofía, las ciencias sociales-, no tiene necesariamente por objeto de su acción la <<verdad>>. Es más, a menudo su intención es perfectamente la contraria, provocar la ilusión o el engaño, exagerar la belleza de la existencia o las penas terrenas e infernales; aunque siempre que se trate de un arte con intención moralista tendrá el resplandecimiento de la verdad, o de lo verdadero o verosímil entre sus fines. Por tanto, no siendo la verdad necesariamente la intención dominante en los artistas, y sin que los que la busquen hayan de ser dotados por nosotros de un estatuto superior como artistas (pensemos en Rubens cuya fantástica imaginación se aleja por completo de los cánones de la estricta verdad de lo que pinta, adentrándose en mundos estéticos tan fabulosos que pueden  ser preferidos a la verdad desnuda), sí es cierto que hay creadores especialmente dotados, sea o no un acto de voluntad deliberado, para mostrarnos la verdad de los seres y de la vida. Verdad no en un sentido normativo sino como un hacer justicia a la realidad por encima de todo, pintar desde una sinceridad radical. Tres artistas de este tipo son Rembrandt, Goya y Caravaggio. Si tomamos el ejemplo de este en alguna de sus obras, y la comparamos con otras más o menos coetáneas del mismo tema, quedará más claro lo que intentamos decir. Probemos por ejemplo con el tema del sacrificio de Isaac, a través de la obra de Caravaggio y la de otro pintor barroco, Jan Victors (1619-1676).


Caravaggio, Sacrificio de Isaacc (1603), Uffizi

 


Jean Victors, Sacrificio de Isaacc (1649),

Museo del Arte, Tel Aviv

Observemos las obras desde el punto de vista iconográfico: cuentan lo mismo y son absolutamente diferentes: La obra de Victors está curiosamente destensionada, aunque el momento no pueda ser más dramático. Evidentemente es anterior en el tiempo a la acción del trabajo de Caravaggio; aquí el cuchillo permanece aún en su funda, ni el ángel ni el cordero han aparecido todavía. ¿Hay verdadera resolución en la actitud de Abrahán? Desde luego hay pena y tristeza y cariño ante la suerte del hijo; pero quizá esa actitud casa mal con lo que está a punto de suceder. Caravaggio elige, como siempre, el momento climático del asunto. Aquí todo es diferente. El joven, a diferencia del otro, sufre no la ternura, sino la violencia del padre y grita porque él no comprende lo que allí se está dirimiendo que es, desde luego, absurdo… Si nos fijamos en la mano que empuña el cuchillo y en la que sujeta la cabeza de Isaac, la resolución y la fuerza, la convicción en la tarea es máxima. Solo una fe fanática, como la que Dios exige a Abrahán, puede actuar con tanta determinación; ni siquiera hay ocasión para el ternurismo entre el padre y el hijo, como en la versión posterior. El Abrahán del italiano no refleja pena ni dolor, solo concentración absoluta; ni siquiera sorpresa, o alivio, ante la irrupción del ángel. Está dispuesto a cumplir la voluntad divina pese a quien pese y pase lo que pase. La orden de parar el sacrificio –para él-es tan imperativa como había sido la prueba anterior exigida por Dios.

 

 

 

 

 


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