PÁGINAS

miércoles, 4 de noviembre de 2020

 

¿CÓMO INTERPRETAR LA NUEVA EXTREMA DERECHA ESPAÑOLA?

 

La supuesta «anormalidad» española, esto es, que entre nosotros no existiera una fuerza de extrema derecha con representación institucional ha dejado de serlo. ¿Ya tenemos nuestro FN, AfD, Amanecer Dorado o Salvini de turno y, por tanto,somos homologables con el resto de Europa en este desgraciado asunto? La respuesta no es un sí completamente rotundo y sin matices. Como toda lógica indica que de la nada nada puede nacer, hay que pensar que «algo» parecido a la extrema derecha ya estaba aquí, en potencia, si seguimos la expresión aristotélica; y solo en los últimos dos o tres años se ha convertido en acto, es decir, ya  ha ocupado su espacio, nada desdeñable, en el entramado local, autonómico y estatal en España. ¿Dónde y por qué estaba en potencia, es decir, por qué no se manifestaba con plena expresión de sus contenidos?  La explicación más plausible es que hasta cierto momento se encontró «cómoda» dentro del Partido Popular. 

   Si atendemos las explicaciones dadas por los mismos portavoces de Vox, las razones de su «salida» o disidencia del PP se derivaría de  factores como los siguientes: primero, no defender con suficiente firmeza la unidad integral e indivisible de la nación española,  como demuestra  la,  según ellos, «tibieza»  de Rajoy  ante el Procés; segundo, las políticas permisivas ante la inmigración ilegal, es decir, el mal control (no suficientemente represivo) de las fronteras meridionales de España, lo que habría permitido la «invasión»,  no tanto de la multiculturalidad cuánto de la uniculturalidad  islámica, que es la que ellos odian por encima de todo.  Tercer asunto: demasiados poderes para los «Reinos de Taifas» en los que se ha convertido –dicen- el Estado autonómico.  Cuarto: políticas impositivas y fiscales excesivas, sobre todo para las capas altas de la sociedad.  5º: una tolerancia cultural y moral intolerable ante fenómenos como la homosexualidad, el feminismo, etcétera.  Por último, una excesiva blandura de los populares para con los fenómenos de memoria histórica, una permisividad inaudita para que la izquierda «altere» hechos históricos incontrovertibles del pasado, asumido (y liquidado) -creen- por la Transición. 

 

   ¿Qué fórmula sale de todo este conjunto de posturas que se pueden resumir en: nacionalismo español extremo, reivindicación de la obra histórico-social y cultural de la dictadura (de la que se reproduce su lenguaje más beligerante: frentepopulismo, socialcomunismo, etc., con el único añadido novedoso de «bolivariano»), xenofobia (léase islamofobia), virulento ataque a los avances en materia de igualdad, género, modelos de familia, etc.?

   La simplificación más común nos haría decir ¡fascismo!, pero esta fórmula –hoy más un insulto que un análisis- nos hace avanzar muy poco. El concepto «nacionalpopulismo» es para nosotros igualmente inútil, pues, como dice Enzo Traverso (Las nuevas caras de la derecha), «populismo» es un concepto tan explotado, manoseado y reiterado que habla más de quien lo enuncia que de la cosa que pretende describir.

   Evidentemente es interesante comparar el fenómeno de esta «nueva» extrema derecha española con sus hermanas de Europa y establecer diferencias y similitudes; pero hay que tener en cuenta que la derecha radical europea no es del todo homogénea y, además, ha pretendido (quizás logrado) evolucionar en sus años de vida, como demuestra el caso del Frente Nacional francés. En cualquier caso, la une con ellas, en primer lugar, la xenofobia antimusulmana, el problema de la inmigración, el «peligro» de una perversión de la verdadera «nación» blanca y cristiana (como a Trump). Aunque se señala que hay extremas derechas europeas tolerantes con las diferencias en los modelos de vida y, sobre todo, que algunas de esas derechas europeas han llenado de contenido «social» sus programas, pretendiendo atraer a sectores obreros hipercastigados por las sucesivas crisis y los modelos liberales de desregulación y precariedad. Hasta ahora Vox habría sido la excepción por su programa económico ultraliberal y de adelgazamiento radical del gasto público del Estado; pero, como era de esperar, esto está cambiando puesto que no solo con retórica se pueden ganar a ciertos sectores vulnerables y cada vez más ofrecerán la cara «social» de su programa.

   Entonces, ¿cuál es la especificidad de la extrema derecha española? Yo creo que para enfocar mejor el análisis hemos de ver su procedencia sociológica y las particularidades de la historia de España reciente. El fascismo español no fue derrotado como el alemán o el italiano sino que, victorioso, duró cuarenta años y desde el primer día hasta el último hizo gala de la «victoria» y de su nula voluntad de reconciliación con la otra media España. La cultura franquista impregnó hasta hace no tanto a una parte nada desdeñable de la población española; buena parte del cuerpo social español se «benefició» de la dictadura, prosperó si no gracias a ella sí durante ella. Todo esto, es indudable, dejó unos considerables cientos de miles de españoles, o bien directamente franquistas, o bien más complacientes y aceptadores que críticos de la obra y el resultado de franquismo. Parte de esa cultura «franquista» fue transmitida, asumida y reactualizada por una parte de las clases acomodadas (y otras no tanto), cuyo balance del franquismo es indudablemente favorable. Pero como nos muestran los análisis de Daniel Bernabé (La trampa de la diversidad) o Esteban Hernández (El tiempo pervertido. Derecha e izquierda en el siglo XXI), esas clases acomodadas españolas, las que se manifiestan con caceroladas pidiendo «libertad» en el centro del barrio de Salamanca, no son ya exactamente las «élites»; viven un desplazamiento de su posición tradicional de «dueñas» de España. Las verdaderas elites españolas no son de Vox, son «progresistas» en el sentido amplio de que aceptan y quieren la globalización, un comercio sin fronteras, continuar la lógica neoliberal, el multiculturalismo y la recepción de inmigrantes (el nuevo «ejército industrial de reserva»). Están bien representadas en Davos, en Joe Biden, en la troika, en un amplio espectro político que va desde el centro-derecha al centro-izquierda y, en definitiva, están lejos de la cutredad plebeya de Vox. No confundamos a este partido solo con las élites. Son otra cosa, desde luego más heterogénea; por supuesto hay franquistas, tardofranquistas y neofranquistas, pero también mucha gente cabreada y desorientada; interclasista en sus votantes pero netamente pija en sus dirigentes. Un cáncer político que, como señalan algunos autores, es una enfermedad propia de la senilidad de Europa.

 

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