PÁGINAS

domingo, 19 de septiembre de 2021

LA IZQUIERDA DEBE PENSAR EN TODO ESTO

15/09/2021


 

 El profesor de Literatura de la Universidad de Barcelona, Carlos Femenías, publica un interesante artículo hoy en El País (“Sobre un giro tradicionalista en la cultura”).El título puede parecer exagerado.El contenido, sin embargo, es un notable análisis –y lo que me resulta especialmente interesante es que se hace desde la observación de dos áreas culturales a las que yo no presto ninguna atención: la literatura escrita por jóvenes autores (Sonia Hernández: El lugar de la espera; Ana Iris Simón: Feria) y por jóvenes músicos españoles, a los que a casi ninguno había oído mencionar: Rodrigo C. Cuevas, C. Tangana)- de “tendencias” que él descubre en estos nuevos creadores.

   Si todo parte de la frustración de una generación, aquella que fue masacrada por la crisis de 2008; una generación que –al menos en parte- da señales poco halagüeñas de refugiarse y reactualizar un repertorio de “antigüedades” y actitudes españolas ante la política, las identidades, etc., nada esperanzadoras. Habrá que preguntarse (el artículo lo hace en cierto modo) cómo de la emergencia de una juventud en las calles españolas (15-M) reivindicando cambios en un sentido netamente “progresista” (sin partidismos) y de justicia redistributiva, se muestra ahora una forma de “cultura” joven que disfruta con expresiones de un pasado (antes tachado de “casposo”) cultural-folklórico que la generación o las generaciones de la Transición y posteriores habían enterrado aparentemente para siempre.

   Lo preocupante es que quizás no se pueda desligar una forma de “cultura” de unas formas de comportamiento “político”. ¿Debemos relacionar ambas facetas?    

   Los profesores y maestros advertimos en los últimos tiempos una desagradable tendencia en muchos de nuestros alumnos a expresar cierta simpatía (o atracción, o interés) por las formas más vacuas del sentimiento “nacional”, e incluso cierto regusto con los mensajes de Vox. ¿Esto es, o va a ser, habitual entre españoles con una formación escasa y con difíciles expectativas para integrarse en el mundo laboral? Dice el geógrafo francés Guilluy[1] que estas clases “blancas” y con pocas oportunidades en la globalización pueden “refugiarse” en espacios de “seguridad” tan fáciles como un patriotismo irreflexivo, una identificación reactiva “fuerte” en cuestiones de género y, naturalmente, instalarse en una xenofobia marcada por las dificultades para competir por abajo por unos trabajos escasos en un contexto de debilitamiento de los estados de bienestar. Ch. Guilluy se refiere a la antigua “clase media”, donde incluye a la vieja clase obrera bien integrada, entonces, en el entramado social.

   Femenías, en su artículo, habla de una “nostalgia de signo neopopular”. Quizás el orgullo de pertenencia que antes se expresaba en la cultura “de clase” devenga, para desgracia de todos, hacia una identificación de parte del cuerpo social con viejos valores “autoritarios”, sumamente peligrosos. Fenómeno que se da a la vez –esto lo explica muy bien Guilluy- que estos grupos sociales asocian a las clases que viven en una situación “confortable” y a los ricos con un progresismo que se obsesiona con defender a las minorías, y con la alabanza acrítica de los mecanismos neoliberales. Como reacción –y los partidos de extrema derecha lo saben aprovechar muy bien- se puede conformar un cierto orgullo hacia lo rudo, lo espontáneo, lo directo y políticamente incorrecto, interpretado todo ello como señal de “autenticidad”; asociado a un cierto desprecio por la “refinada” actividad cultural de cierta derecha e izquierda más o menos clásicas. Volver a revivir, en definitiva, con nuevos ropajes, el tipo de “español” y de “España” que provoca miedo. La izquierda debe pensar en todo esto.

 

 

 

 



[1] Ch. Guilluy, No society. El fin de la clase media occidental, Madrid, Taurus, 2019.

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