15/09/2021
Si todo parte de la frustración de una
generación, aquella que fue masacrada por la crisis de
2008; una generación que –al menos en parte- da señales poco halagüeñas de refugiarse y reactualizar un repertorio de “antigüedades” y actitudes españolas ante la política, las identidades,
etc., nada esperanzadoras. Habrá que preguntarse
(el artículo lo hace en cierto modo) cómo de la emergencia de una juventud en
las calles españolas (15-M) reivindicando cambios en un sentido netamente
“progresista” (sin partidismos) y de justicia redistributiva, se muestra ahora
una forma de “cultura” joven que disfruta con expresiones de un pasado (antes
tachado de “casposo”) cultural-folklórico que la generación o las generaciones
de la Transición y posteriores habían enterrado aparentemente para siempre.
Lo preocupante es que quizás no se pueda desligar
una forma de “cultura” de unas formas de comportamiento “político”. ¿Debemos
relacionar ambas facetas?
Los profesores y maestros advertimos en los
últimos tiempos una desagradable tendencia en muchos de nuestros alumnos a
expresar cierta simpatía (o atracción, o interés) por las formas más vacuas del
sentimiento “nacional”, e incluso cierto regusto con los mensajes de Vox. ¿Esto
es, o va a ser, habitual entre españoles con una formación escasa y con
difíciles expectativas para integrarse en el mundo laboral? Dice el geógrafo
francés Guilluy[1]
que estas clases “blancas” y con pocas oportunidades en la globalización pueden
“refugiarse” en espacios de “seguridad” tan fáciles como un patriotismo
irreflexivo, una identificación reactiva “fuerte” en cuestiones de género y, naturalmente, instalarse en una xenofobia marcada por las
dificultades para competir por abajo
por unos trabajos escasos en un contexto de debilitamiento de los estados de
bienestar. Ch. Guilluy se refiere a la antigua “clase media”, donde incluye a
la vieja clase obrera bien integrada, entonces, en el entramado social.
Femenías, en su artículo, habla de una
“nostalgia de signo neopopular”. Quizás el orgullo de pertenencia que antes se
expresaba en la cultura “de clase” devenga, para desgracia de todos, hacia una
identificación de parte del cuerpo social con viejos valores “autoritarios”,
sumamente peligrosos. Fenómeno que se da a la vez –esto lo explica muy bien Guilluy- que estos grupos sociales
asocian a las clases que viven en una situación “confortable” y a los ricos con
un progresismo que se obsesiona con
defender a las minorías, y con la alabanza acrítica de los mecanismos
neoliberales. Como reacción –y los partidos de extrema derecha lo saben
aprovechar muy bien- se puede conformar un cierto orgullo hacia lo rudo, lo
espontáneo, lo directo y políticamente incorrecto, interpretado todo ello como
señal de “autenticidad”; asociado a un cierto desprecio por la “refinada” actividad cultural de cierta derecha e
izquierda más o menos clásicas. Volver a revivir, en definitiva, con nuevos
ropajes, el tipo de “español” y de “España” que provoca miedo. La izquierda
debe pensar en todo esto.